Todos tenemos la idea que hablar del sistema inmunológico es hablar de nuestras defensas. Sin embargo muchas veces es difícil imaginarlo, porque hablar de sistema inmune es como hablar de astronomía: algo que comprendes racionalmente pero te faltan imágenes. Cuando te dicen “esa estrella queda a 10 millones de años luz” uno dice, “Ah, vale”. Pero como nadie tiene una representación mental de un año luz ni lo puedes comprar en la tienda de la esquina queda todo en un pensamiento abstracto , en una palabra vacía sin una imagen mental que la acompañe.
Con el sistema inmunológico pasa algo parecido porque tiene la mala costumbre de estar disperso y difuminado. Cuando dices: “hígado”, “riñones” o “corazón” tienes una imagen nítida, porque lo has visto en los pollos, en el cerdo y en la ternera. Pero el sistema inmune tiene muchos actores diferentes y si bien tiene algunos órganos concretos, tampoco es que sean de los más populares. Todo lo más tienes la noción de “ganglios” porque alguna vez se inflamó alguno… pero ni con mucho son los personajes más importantes.
¿CÓMO ESTÁ COMPUESTO EL SISTEMA INMUNOLÓGICO?
El sistema inmune está compuesto por distintas células y factores solubles, dando lugar a dos sistemas diferentes:
– Inmunidad innata: formada por células no especializadas, las que salen en la primera línea de defensa y a matar tipo “aquí te pillo y aquí te mato”. Se desencadena en segundos y dura unas pocas horas.
– Inmunidad adquirida: es una respuesta más específica , mucho más evolucionada y que requiere un tiempo para desarrollarse. Aquí ya se requiere un “personal” especializado y entrenado, agentes de inteligencia que saben reconocer y discriminar al enemigo de forma precisa. Estas células tienen dos características importantes: son específicas para una acción y tienen memoria.
– Inmunidad innata: formada por células no especializadas, las que salen en la primera línea de defensa y a matar tipo “aquí te pillo y aquí te mato”. Se desencadena en segundos y dura unas pocas horas.
– Inmunidad adquirida: es una respuesta más específica , mucho más evolucionada y que requiere un tiempo para desarrollarse. Aquí ya se requiere un “personal” especializado y entrenado, agentes de inteligencia que saben reconocer y discriminar al enemigo de forma precisa. Estas células tienen dos características importantes: son específicas para una acción y tienen memoria.
Para poner un ejemplo sencillo. Cuando alguien tiene una herida (por ejemplo, se ha caído de la bici) el sistema inmunológico se pone en alerta. “Atención, atención, se ha roto la barrera cutánea y pueden entrar enemigos” (bacterias, suciedad, etc). Entonces sale la artillería de primera defensa. (inmunidad innata) Estos no miran quien está al otro lado: todo lo que no reconocen como propio ¡fuera! Lo atacan con todo lo que pueden y a la primera, a lo pin, pun, pan, sin importarles si hacen destrozos para alcanzar su misión. Si la inmunidad innata cumple su función con éxito, el tema queda zanjado. Pero si falla, o si el agente agresor es demasiado fuerte, entonces comienza a actuar la inmunidad adquirida. Salen los especialistas de segunda línea, mucho más intelectuales y delicados, que analizan quien es el agente perturbador y comienzan a preguntar entre los que guardan memoria: “oye, tú conoces a éste?” “es bueno o malo”. De pronto, uno de estos especialistas lo reconoce y dice: “ese, nada, fuera!”. Y le mandan al cuerpo de élite para se lo cargue, de la forma más precisa posible.
¿Y cómo se comunican las distintas células entre sí??? Mediante sustancias que se llaman citoquinas y que representan todo un lenguaje celular: códigos de auxilio o de ataque , de llamada, de aviso… Tales citoquinas hacen que se “críen” más de estas células o de estas otras…
Muy bien, diréis algunos, pero ¿de dónde salen estas células?? ¿Cómo se forman? ¿Quiénes son sus “padres”?
Y aquí vienen los dichosos órganos del sistema inmunológico que pueden dividirse en:
Muy bien, diréis algunos, pero ¿de dónde salen estas células?? ¿Cómo se forman? ¿Quiénes son sus “padres”?
Y aquí vienen los dichosos órganos del sistema inmunológico que pueden dividirse en:
– Órganos linfoides primarios: son aquellos en los que se originan y maduran las células madre y dan origen a su numerosa y variada progenie. Son dos: el timo y la médula ósea. Ya estamos! El timo no es que sea un órgano muy popular pero si te sirve para darle una imagen… ¡las mollejas! . Aunque también hay “mollejas” de otras glándulas que no son el timo, como las parótidas, la molleja típica de vaca es nada más ni nada menos que el timo. Y el otro “órgano” es mucho más difuso, porque la médula ósea es el tuétano de los huesos, el “caracú”, como le dicen en Argentina. Pues como órgano, está en muchos huesos diferentes: huesos largos, vértebras, costillas, esternón…
– Órganos linfoides secundarios: son los sitios donde las células interaccionan entre sí. Vamos, que “hacen sociales”. Allí se crea el ambiente necesario para que interaccionen los distintos actores, los que presentan a los sospechosos, los que organizan las respuestas a los invasores, los que llaman a los que tienen memoria, esas cosas… Los órganos linfáticos secundarios están compuestos por los ganglios linfáticos, esos que se hinchan en el cuello cuando tienes una angina y por un sistema mucho más difuso y por eso más “abstracto” desde el punto de vista de nuestra imaginación, que es el tejido linfoide asociado a mucosas. Se llama mucosa a la capa que reviste las paredes internas de los órganos y que están en contacto con el exterior del cuerpo. Estas zonas barrera separan nuestro yo del “no yo” y suponen una inmensa superficie de contacto con el exterior por lo cual la vigilancia “policial” es importantísima en todos estos casos. Se trata de patrullar nuestras fronteras sin descanso, impidiendo que se cuelen enemigos peligrosos. ¿Y cuáles son estas fronteras? El sistema digestivo, urogenital y respiratorio. Zonas donde estamos expuestos. Pues en estas zonas es donde se desarrolla un eficaz y complejo sistema de vigilancia, difuso pero intenso, y que merece el nombre de órgano linfoide secundario.
– Órganos linfoides secundarios: son los sitios donde las células interaccionan entre sí. Vamos, que “hacen sociales”. Allí se crea el ambiente necesario para que interaccionen los distintos actores, los que presentan a los sospechosos, los que organizan las respuestas a los invasores, los que llaman a los que tienen memoria, esas cosas… Los órganos linfáticos secundarios están compuestos por los ganglios linfáticos, esos que se hinchan en el cuello cuando tienes una angina y por un sistema mucho más difuso y por eso más “abstracto” desde el punto de vista de nuestra imaginación, que es el tejido linfoide asociado a mucosas. Se llama mucosa a la capa que reviste las paredes internas de los órganos y que están en contacto con el exterior del cuerpo. Estas zonas barrera separan nuestro yo del “no yo” y suponen una inmensa superficie de contacto con el exterior por lo cual la vigilancia “policial” es importantísima en todos estos casos. Se trata de patrullar nuestras fronteras sin descanso, impidiendo que se cuelen enemigos peligrosos. ¿Y cuáles son estas fronteras? El sistema digestivo, urogenital y respiratorio. Zonas donde estamos expuestos. Pues en estas zonas es donde se desarrolla un eficaz y complejo sistema de vigilancia, difuso pero intenso, y que merece el nombre de órgano linfoide secundario.
El sistema inmunológico es un sistema fundamental en nuestro organismo. Hoy en día se le reconoce una intervención en casi todas las enfermedades que nos afligen, no solo los catarros o las gripes. Sus desequilibrios favorecen enfermedades agudas o crónicas, entre ellas las enfermedades autoinmunes, alérgicas y el cáncer. Espero haber conseguido brindar al menos una imagen mental que nos ayude a entenderlo un poco más. En siguientes artículos iré desarrollando como explorarlo y cómo ayudarlo.
Fuente: www.drazemba.com
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