viernes, 23 de marzo de 2018

SI APRENDEMOS A ESTAR TRISTES, PREVENIMOS LA DEPRESIÓN



asumir perdidas









La vida está llena de pequeñas y grandes pérdidas…hay que aprender a encajarlas. Aceptarlas es la manera de vivir bien la tristeza.


Paradójicamente, la mejor manera de no deprimirse es aprender el arte de saber ponerse triste. Es decir, hacerlo de una manera lúcida, resolutiva y generadora de nuevos recursos.


Aprender a vivir la tristeza es una de las claves para prevenir o “curar” la depresión. Y aceptar las pérdidas es una de las principales maneras de aprender a vivir en la tristeza.



Aprender a gestionar las pérdidas: la buena tristeza

No es un tema fácil ni banal. Aunque nuestra vida no sea particularmente difícil o dramática, igualmente atravesaremos numerosas pérdidas.
Cada vez que elegimos, cada vez que tomamos una decisión, retenemos, ganamos algo y, también, dejamos pasar, perdemos otras opciones. La vida está llena de pequeñas y grandes pérdidas, son inherentes a nuestra existencia.
El duelo es un proceso parecido a la cicatrización de una herida física
Perdemos lo que amamos por las vicisitudes de la vida, el paso del tiempo, los ciclos vitales. Perdemos la niñez y la juventud, perdemos los padres de la infancia y, también, la dulce infancia de nuestros hijos. Perdemos a alguien a quien amamos y, con él o ella, perdemos nuestras ilusiones.

Pasar pequeños y grandes duelos

La pérdida de lo amado, ya sea inevitable o elegida, origina un dolor psíquico muy específico llamado duelo. Todo duelo exige un trabajo psicológico de reparación, restitución y cierre que demanda tiempo, dedicación y energía.
Es un proceso muy parecido a la cicatrización de una herida física, de un tejido lastimado: si no lo curamos del todo, la herida permanecerá abierta, o cerrará “en falso” escondiendo una infección.
En términos psicológicos, si no detecto el dolor y la herida, y si no procedo a la elaboración del duelo, ya sea porque carezco de los recursos emocionales necesarios o porque permanezco indiferente frente a mi dolor o porque lo niego, esa herida no cicatrizará adecuadamente y se resolverá de alguna manera enfermiza. La depresión es una de esas maneras.

5 pasos para trabajar las pérdidas

Ya sabemos que crecer, madurar, desarrollarnos como personas y hacer nuestras propias elecciones incluye sufrir pérdidas valiosas. Pero cada uno de nosotros dispone de útiles herramientas con las que enfrentarse mejor a ese dolor.

1. Darse tiempo para llorar

Algunas veces, rechazamos tanto el dolor de la pérdida que ni siquiera nos damos el tiempo suficiente para llorar genuinamente lo que hemos perdido. En el caso de que hayamos experimentado una pérdida, es necesario darse claramente ese espacio, todo el tiempo que uno necesite, para poder luego avanzar en la elaboración del suceso.

2. Aceptar la pérdida sin resignación

Cuando algo se fue de nuestra vida, ya sea porque nos dejó o porque lo dejamos ir, debemos aprender a aceptar su partida y no sólo resignarnos a ella.
La resignación conlleva una dosis de resentimiento que es conveniente atravesar para llegar a la aceptación.
Responder esta batería de preguntas nos encaminará, nos ayudará a pensar.
  • ¿Qué me legó aunque ya no esté?
  • ¿Con qué me quedo a pesar de ya no tenerlo?
  • ¿Qué me toca aprender de esta experiencia?
  • ¿Qué gano con lo que pierdo?
  • ¿Qué necesito para reparar este dolor?
  • ¿Este dolor me hace más hábil para poder ayudar a los demás?

3. Asumir el límite del tiempo

El escritor británico Matt Ridley, en su hermoso libro Genoma, desarrolla una idea que nos resulta útil para lo que estamos planteando: “En 4.000 millones de años de historia terrenal, tengo la suerte de estar vivo hoy. Entre cinco millones de especies, tuve la fortuna de nacer un ser humano consciente.”
Hemos recibido un legado, una oportunidad, un regalo o como quieras llamarlo. Esa oportunidad está acotada en sus propias pautas de funcionamiento e incluyen el tiempo, que es cambio y crecimiento, pero también consumación y fin. No podemos tomar una parte e ignorar las restantes. Vienen todas juntas.
La sabiduría consiste en aprender a surfear sobre la ola del tiempo, no a nadar contra ella
Vivimos en el tiempo y los acontecimientos suceden en él. Se desarrollan y se acaban, y así como hay un tiempo para el despliegue, hay uno para el repliegue.

4. Reajustar los valores

Las situaciones de duelo, bien llevadas, favorecen mucho el repliegue sobre uno mismo, lo cual a su vez facilita la reelaboración de las circunstancias. Es en esos momentos cuando suelen revisarse a fondo muchos de los valores sobre los que hemos construido nuestra existencia. Algunos saldrán fortalecidos del examen y otros serán desechados.

5. Detectar los peligros de la ilusión

Si de algo pecamos en la sociedad en la que vivimos actualmente es de ser ilusos. En muchos de nosotros abundan las fantasías infantiles acerca del funcionamiento de la vida, que serían divertidas si no fuera porque implican serios peligros para nuestra salud psíquica.
Múltiples ilusiones –visiones exageradas de uno mismo y de imaginarias recompensas– nos tapan la visión del mundo real. Más tarde, cuando la vida no coincide con lo que nuestras fantasías esperaban de ella, en lugar de preguntarnos qué falla en nosotros, que no percibimos las cosas tal cual son, increpamos y demandamos a no se sabe quién por nuestra frustración y nuestras ilusiones perdidas.
Tratamos las ilusiones perdidas como realidades y, así, las lloramos, mientras nos vamos llenando de resentimiento
Solemos creer que las cosas desagradables suceden por algún tipo de administración de justicia inmediata que existiría en no se sabe qué estamento de la organización de la realidad. Así, cuando nos ocurre algún infortunio, clamamos al cielo: “¿¡Qué hice yo para merecer esto!?” Nunca escuché, sin embargo, que alguien se preguntara lo mismo después de ganar el premio gordo de la lotería.
De la misma manera, muchas veces admiramos –o envidiamos– a quien obtuvo esto o aquello, sin incluir en nuestras consideraciones los esfuerzos o las renuncias involucradas en tales logros.
Por eso, te propongo que busques en el arcón de las propias quimeras media docena de ideas de este tipo. De lejos, parecen inofensivas, pero viéndolas con estos ojos, muestran sus peligros con claridad.

Ajustar nuestras expectativas a la realidad

Ante las pérdidas y en muchos casos de depresión hay de fondo un autoengaño. Nos negamos a aceptar la realidad tal y como es, y eso nos lleva irremediablemente a la frustración. Superar esas quimeras es madurar y encontrar por fin una serenidad real y duradera.
Las personas solemos vivir en un mundo exageradamente poblado de fantasías. Y cuando este exceso de fantasía reemplaza a la realidad, cuando nos impide afrontar nuestro presente y tomar las riendas de nuestra vida, nos concede cierto bienestar momentáneo, pero al mismo tiempo nos desarma frente a los retos del mundo.
Al contrario de lo que se podría pensar, desear no es gratuito, tiene un precio. Anhelar más de lo que se puede conseguir o de lo que uno está dispuesto a lograr con su esfuerzo es abrir la puerta a la frustración. Y de la frustración a la depresión no hay mucha distancia.
Saber estar triste, decíamos antes, paradójicamente nos protege de la depresión. Y esto es así porque saber estar triste es aceptar que las cosas no siempre salen como uno desea, ni uno puede estar en todo momento alegre o esperanzado. También esa faceta de nuestra personalidad nos es propia y necesariamente deberemos convivir con ella y aprender sus lecciones.

Fuente: www.mentesana.es

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