martes, 28 de abril de 2015

JAMÁS HEMOS ESTADO MÁS SOLOS



El vídeo que encabeza este artículo es una verdadera obra de arte. No por la producción o los actores, que no lo hacen nada mal, sino por el tratamiento de un tema tristemente popular. Los móviles se han convertido en unos dispositivos bastante odiosos. Está muy bien que los smartphones nos permitan hacer casi de todo. Mola que, entre otras cosas, nos permitan mantenernos conectados con todos esos amigos y conocidos de pega que nos salen por doquier en las redes sociales. Construyéndonos esa vida tan chula sobre el papel (o más bien, pantalla) en la que vamos a sitios mil que compartimos en Foursquare, comemos platos de diseño que compartimos en Instagram, o subimos fotos a Facebook de básicamente cualquier cosa. Todo es compartible, y todo es compartido.



Pero estamos perdiendo la perspectiva, porque esa frenética actividad social y, sobre todo, virtual, está presente en las otras relaciones. Las reales. Mucha gente con la que quedas para comer o tomar una caña parece estar más pendiente del móvil que de disfrutar de ese rato contigo o con quien lo esté disfrutando. WhatsApp no puede esperar, como tampoco la foto del vaso de cerveza o, ya puestos, el comentario en Facebook que ha puesto un antiguo compi del cole al que no ves desde hace 25 años pero que de repente parece que es uña y carne.


I still have my phone with me, but I try to leave it in my purse. Now I find myself just taking in a moment, and I don’t have to post a picture about it.

Grande. Igual que aquella columna de Elvira Lindo de octubre de 2011 en la que esta escritora explicaba lo mismo de una forma igualmente fantástica en un texto con un título que, la verdad, es de los mejores que nunca he visto: No me quieras tanto. Pues eso. Que no lo hagáis. Ni a mi –que venidos al caso, no importo–, ni a los vuestros.

Fuente: www.javipas.com

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