Seguro que todavía recuerdas tus primeros días en Facebook. Además de no entender demasiado de qué iba aquello, lo más posible es que pasaras aquellas jornadas metiendo datos sobre ti y buscando amigos. Algo así como una gran discoteca un sábado noche, pero en versión digital.
Con la euforia del principiante te esforzabas por detallar lo más posible todo lo que había que detallar sobre ti: películas, autores, grupos musicales, colegio donde estudiaste… Salvo el teléfono y un par de cosas más, lo largabas todo. Igual también que en una discoteca, donde la euforia de las copas puede hacer que acabes dando la brasa a cualquiera, contándole cosas sobre tu vida que en realidad no necesita saber y pueden volverse contra ti.
Como ves, Facebook se parece mucho a la vida social de un adolescente (o alguien que dobla la edad del adolescente y también dobla el ridículo en los locales de ocio). En la red social dar demasiada información sobre uno se traduce en ser un blanco predilecto de empresas compradoras o usuarias de datos, ávidas de encontrar al blanco perfecto al que dirigir su campaña. Aquí no te comerás tampoco un rosco, pero muchos estarán interesados en que, presa de tu embriaguez, consumas.
Ahora ha pasado el tiempo. Has puesto ciertos filtros de privacidad, has dejado de subir tantas fotos como subías, has eliminado a gente a la que agregaste tiempo atrás. Puede incluso que haga mucho que no visitas tu muro, y que hasta hayas olvidado echar un vistazo a las últimas fotos de esa persona a la que espiabas desde el anonimato. Pero aquellos viejos amigos te persiguen.
De hecho, puede que haga mucho que no visitas tu muro de Facebook… hasta el día de tu cumpleaños. Decenas de felicitaciones, casi todas ellas iguales (dos-cinco palabras y algún emoticono). Y siempre te toca devolver cada felicitación, ya sea con una breve frase (si eres de los esforzados) o con un ‘me gusta’ (si eres de los vagos). A la postre, una actualización en tu muro diciendo lo abrumador que ha sido recibir tantas felicitaciones de gente querida, desde no-sé-cuántos países y en no-sé-cuántos idiomas.
Personalmente nunca me he tomado a mal que no me feliciten el cumpleaños: mi memoria es limitadísima para esas cosas, así que veo justo que si yo no felicito a casi nadie, casi nadie lo hago conmigo. Era la excusa del amnésico. Pero Facebook me la jodió.
Y, al final, no importa una mierda. Para ellos se limita a tener más interacciones y a volver a llevarte a visitar tu perfil.
Piénsalo: cada mañana cuando te levantas, tu móvil tiene una notificación nueva para ti avisándote de quiénes de tus contactos cumplen años hoy. Hasta te da un acceso directo para que, con un solo toque, puedas escribir una frase y enviársela al homenajeado del día. Así entras en la rueda: o lo ignoras y te conviertes en un antisocial que ni siquiera se ha tomado la molestia de escribir dos palabras, o la alimentas.
«La verdad es que hace ilusión», dirás. Lo de verte el muro lleno de felicitaciones. Pero la gran verdad es que casi nadie de ellos se acordaba de que era tu cumpleaños. El número de felicitaciones en el muro de gente para quien no eres tan importante es inversamente proporcional al número de llamadas de teléfono de verdaderos amigos. Entre olvidadizos y vagos se nutre lo primero, y se adelgaza lo segundo.
No toda la culpa en esto es de Facebook. Las agendas de contactos de móviles y aplicaciones de correo también tienen un campo para que metas la fecha del cumpleaños de cada quien. Las hay que hasta tienen posibilidad de meter el recordatorio de aniversario de bodas, cumpleaños infantiles y nombres de familiares. Hasta ir a una boda con primos que hace décadas que no ves puede resultar más fácil ahora.
La tecnología, al final, ha convertido en una especie de rutinario ritual social lo de felicitar el cumpleaños o el aniversario de turno. Es la frontera entre el integrado digital, con algo de tiempo o mucho aburrimiento, y quien pasa. O, que también los hay, los clásicos que pasan de Facebook y siguen llamado. Esos no son contactos, son amigos. Los mismos que te recogían de la discoteca cuando seguías dando la chapa con tu vida a tu pobre víctima del momento.
POR BORJA VENTURA ( @BORJAVENTURA )
Fuente: www.yorokobu.es
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