El proceso se ha convertido en rutina. Abro los ojos, estiro el brazo, rebusco sobre la mesilla el teléfono móvil, lo agarro, miro la hora, desbloqueo y abro Twitter. Paso por encima de los usuarios menos interesantes y me paro allí donde observo un enlace. "Por qué ISIS está perdiendo la guerra en Irak". Pulso en el tuit. Opciones, compartir. "Añadir a Pocket". Repito el proceso un puñado de veces. Llego al último tuit. Dejo el móvil en la mesilla y salgo de la cama.
Llevo haciendo lo mismo desde que a mediados del pasado verano alguien me convenciera de sustituir mi viejo, discreto Instapaper por Pocket, heredero del primer sistema de almacenamiento de artículos que utilicé, Read It Later. ¿Que qué es Pocket? Es una aplicación sencillísima: añade un botón a tu navegador con el que puedes guardar artículos para leer más tarde. ¿Ves un link que te interesa pero que no puedes leer en ese momento? Lo guardas ahí, se almacena, entras a tu Pocket y lo tienes a tu disposición. No se ha perdido en los confines de Internet.
Tan sólo hay un problema: los artículos se almacenan uno encima de otro. Es una pila digital gigantesca. Y yo, dubitativo al principio, caí rendido a sus fatales encantos hace un año.
Hola, soy Andrés y guardo cosas. Muchas cosas
Desde entonces almaceno artículos. He llegado a tal punto de colección de textos que quizá, en el futuro, debería presentarme como tal. "Hola, soy Andrés Pérez Mohorte y almaceno cosas en Pocket". Cosas, en general, porque la obsesión, rayante en lo enfermo, ha traspasado a los reportajes y artículos de opinión que en su día poblaban mi bandeja de entrada. Vídeos, fotografías, PDF o páginas interactivas. Todo aquello que me interesa en un momento dado pero no tengo demasiado tiempo para dedicarle va a Pocket. Todo.
Hace no demasiado tiempo decidí realizar una limpieza a fondo de todos los artículos que aún tenía en Pocket y descubrí hasta qué punto mi vida se había visto resumida a la excitación del momento, impulsiva y pasional
El resultado, unos nueve meses después del inicio de la aventura, es espantoso. Hace no demasiado tiempo decidí realizar una limpieza a fondo de todos los artículos que aún tenía en Pocket, y descubrí hasta qué punto mi vida se había visto resumida a la excitación del momento, sin siquiera valorar las causas que me habían llevado hasta ahí. En el repaso a las profundidades de mi lista de artículos pendientes apenas lograba reconocerme en un puñado de textos. ¿De dónde habían salido todas esas palabras? ¿Por qué había decidido interesarme en ellas?
Pocket no es sino la manifestación extrema y radical de mi obsesión, extendible a muchas otras personas en la red, de almacenarlo todo. Pocket, de hecho, no es sino el último eslabón de una larga cadena que, en mi caso, se remonta a 2004 o 2005, cuando comenzaba a introducirme en el mundo digital de la mano de herramientas tan caducas y arcaicas como MSN Messenger.
Semejante actitud vital provoca que nunca termine nada. Me he convertido en la clase de persona que sólo inicia tareas. Abro un artículo de la Wikipedia y lo leo hasta la mitad
Lo confieso, tengo un problema con la asignación de tareas en un periodo dado de mi vida. No sé organizarme, soy un desastre. Demasiado disperso como para centrarme en una cuestión de forma constante, Internet ha supuesto una catarata de emociones contrapuestas y de consecuencias a un tiempo desastrosas y maravillosas. Por un lado, mi cerebro no descansa jamás: soy capaz de saltar de una tarea a otra de forma permanente. La excitación es total y permanente, un ciclo sin fin.
Por otro, semejante actitud vital provoca que nunca termine nada. Me he convertido en la clase de persona que sólo inicia tareas. Abro un artículo de la Wikipedia y lo leo hasta la mitad. Cuando encuentro un enlace, estalla en luces de miles de colores en mi cerebro y lo abro. Cualquier intento de permanecer en la misma ventana es futil. El proceso se repite en cada página: pronto, la barra de mi navegador alcanza la veintena de pestañas. He comenzado leyendo sobre los siete reinos sajones de Inglaterra y he terminado repasando la plantilla de Estudiantes de la Plata de 1969.
Para las personas como yo, Pocket es una idea, a priori, excelente. Nos permite centrarnos en múltiples y a cada cual más absurdos asuntos a la vez sin que nada de ese caudal de interés se pierda por el camino. ¿Alguien en tu TL de Twitter habla sobre el proceso electoral serbio? Estupendo, Pocket está ahí para guardar esa porción de conocimiento sin que se pierda en la inmensidad de Internet. Mientras tanto voy a seguir viendo vídeos de John Oliver en YouTube, ya tendré tiempo de leer ese artículo.
La retórica es autoengañosa, aunque me ha costado mucho tiempo descubrirlo. Pocket es un arma de doble filo porque relaja nuestra atención, y eso provoca que quedemos desprotegidos ante los riesgos de acumular y acumular tareas pendientes sin que jamás se terminen. Es un salvoconducto milagroso que, bien empleado, salva vidas, pero mal empleado hunde al barco en un inexorable, lento, sinfónico proceso de almacenamiento digital.
Quería leer mejor y terminé leyendo mucho peor
En Internet se escriben cosas maravillosas. Vivimos en una época donde de cada esquina surge un periodista audaz capaz de contar grandes historias, ya sea en medios tradicionales o en nativos digitales que, sencillamente, nos permiten pensar en una edad de oro del periodismo digital. En función de quienes sean tus contactos habituales en las redes sociales, es muy sencillo acceder a un caudal de conocimiento muy divertido, muy excitante y muy inagotable en la red. En mi caso, todo eso pasa por Pocket. Allá donde haya un texto que merezca la pena leerse, allá marcho yo.
De modo que cuando descanso del ordenador, de trabajar, de perder el tiempo o de organizar mis discos en iTunes, lo apago, me voy al sofá y agarro o la tableta o el smartphone. Y me dedico a leer Pocket. Ya no acudo a mis libros: leerlos se ha convertido en una tarea pendiente a la que ya podré volver en el futuro. Los he pocketizado, he fulminado su interés primario en beneficio de Pocket.
Ahora, Pocket mediante, me dedico a consumir pastiches de noticias, breves, cosas sin importancia o listas graciosas. Los textos largos o profundos han quedado relegados a la posición de tareas que nunca se harán
"No envíes a tu hijo a la Ivy League", un interesante y extenso reportaje del New Yorker sobre Noruega, los perfiles de Jordi Pérez Coloméen El Español, el último artículo de Vox sobre ISIS, varios más de Balkanist sobre lo que está sucediendo en Macedonia, algo de Piedras de Papel sobre Ciencia Política y otros menesteres, quizá dos cosas ligeras sobre música sacadas de aquí y allá, alguna cosa local. Todo está a mi disposición en Pocket. Y como son sólo artículos, y no libros enteros, creo que podré terminarlos con rapidez, completando una tarea y siendo feliz.
Craso error.
Dado que por defecto tiendo a realizar las tareas más cortas y elementales, elijo los artículos de Pocket de consumo rápido. Porque de forma paralela a los grandes textos de Internet, Pocket también me sirve para procastinar la actualidad. Si hay una noticia sobre la última ocurrencia de Apple o de Esperanza Aguirre (tan cerca, tan lejos), también va a Pocket. En su momento seguramente esté escribiendo un artículo o haciendo otra cosa menos importante que, en rigor, informarme sobre lo que está pasando en el mundo.
¿Por qué estoy haciendo esto?
Así que en mi antaño relajado, desestresante momento en el sofá ya no hay lugar para las narrativas de largo aliento. Ahora, Pocket mediante, me dedico a consumir pastiches de noticias, breves, cosas sin importancia o listas graciosas. Cualquiera de los textos citados más arriba que tanto respeto infunden y tanta sabiduría albergan se convierte en una suerte de libro digital, demasiado largo para acaparar mi atención. Y en consecuencia, termina en la cola de Pocket. Y allí queda para siempre.
Mientras escribo estas palabras las preguntas sobre mi comportamiento surgen en cada esquina. ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Le pasará a más gente? ¿Soy un paranoico delirante que, incapaz de ordenar su tiempo de forma efectiva, trata de salvarse a sí mismo a través de un texto de dos mil palabras? Era inacapaz de responderlas, así que contacté con Guido Corradi, psicólogo y uno de los editores de Rasgo Latente, para encontrar algo de luz en mi oscuridad.
"Piensa en nuestros ancestros, almacenar cosas y guardar cosas es fundamental para la supervivencia. Es una conducta que te puede ayudar a sobrevivir", me explica el psicólogo Guido Corradi
"Piensa en nuestros ancestros, almacenar cosas y guardar cosas es fundamental para la supervivencia. Es una conducta que te puede ayudar a sobrevivir", responde. La idea es simple: recopilamos el máximo número de cosas posible porque la incertidumbre ante lo que nos deparará el futuro es insoportable. Internet no hace sino magnificar el proceso: hay millones de cosas ahí fuera, millones de tentaciones.
Vale, está bien, ya sé por qué lo hago, ahora sólo necesito entender por qué resulta tan frustrante. ¿Qué otros problemas derivados de almacenar cosas digitales pueden surgir? "Ansiedad por el consumo", responde Corradi, "si te acostumbras a guardar todo, si en algún momento pierdes cosas te provoca malestar". Del mismo modo, añade, "las cosas" generan un menor rango de bienestar que las experiencias. Acumular, comprar objetos es placentero, pero no tanto como creemos.
Nuestra tendencia natural, como él mismo explica, es la de almacenar y almacenar. El proceso es infinito y casi irreversible: no en vano, se trata de un mecanismo psicológico que mira siempre hacia arriba. Está relacionado con la idea de supervivencia, tan enraizada a nuestros antepasados: nadie deja de desear tener más dinero, más objetos con los que disfrutar, más oportunidades de ascenso en su empleo. Del mismo modo, nadie aspira a un punto óptimo de almacenamiento.
La idea me tranquiliza por varios motivos. El primero, parece que no estoy solo: somos muchos ahí fuera y a todos nuestra mente nos empuja al mismo proceso. El segundo, porque conociendo las causas de un comportamiento se le puede poner solución. Ahora la cuestión es simple: ¿cómo?
"Básicamente conocernos un poquito mejor, es decir, reconociendo mejor nuestros estados corporales internos y saber decirnos a nosotros mismos: 'qué excitado estoy, no debería estarlo sólo por bajar The Wire entera'", explica. Que en mi caso es: por haber guardado treinta enlaces en Pocket. Corradi apunta otra cuestión esencial: alejarse de los peligros. De los estímulos.
Pocket se ha convertido en todo aquello que venía a solucionar antes de que sucumbiera a sus encantos: anti-inmediatez, aprovechamiento del tiempo, organización racional de mis tareas, más conocimiento, mejor informado
Todo esto, por supuesto, está íntimamente ligado con una deficiente gestión de mis tareas a lo largo de un tiempo dado. Las respuestas de Corradi me aclaran el camino: Pocket se ha convertido en todo aquello que venía a solucionar antes de que sucumbiera a sus encantos: anti-inmediatez, aprovechamiento del tiempo, organización racional de mis tareas, más conocimiento, mejor informado. Pocket ha potenciado todos mis malos hábitos.
No es la solución, es todo lo contrario. Pocket es el problema. Y es un drama al que he decidido poner solución de una forma o de otra.
Mi vida contada a través de Pocket
Hace no demasiados días inicié la titánica tarea de hacer limpieza en Pocket. Acudí a aquellos días de julio donde ISIS parecía estar a punto de dominar la galaxia. Y comencé a eliminar artículos que hoy ya no me interesan. Porque es cierto: ya no me interesan. Eso me confirmó lo que ya sospechaba: elijo mal los artículos que quiero leer en el futuro. Soy demasiado irracional y primario, no pienso ni dos segundos antes de darle a "añadir a Pocket".
Pocket también se había convertido en una imagen de mi estado de ánimo. La historia de mis días, también personales, había quedado almacenada ahí
De forma paralela, descubrí que podía relatar la historia de mi vida (de las cosas que me interesan en la vida) a través de Pocket y de los artículos que leo. El verano estuvo catalizado por ISIS, con una treintena de artículos relacionados. Luego llegó el inicio del curso político, el boom de Podemos entre noviembre y diciembre, el sinfín de recomendaciones musicales de final de año, el surgimiento de Ciudadanos a principios de 2015, Syriza y Varoufakis y, más recientemente, Nepal, las elecciones británicas y la campaña electoral. Entre otras muchas, muchas cosas.
Pocket también se había convertido en una imagen de mi estado de ánimo. La historia de mis días, también personales, había quedado almacenada ahí, y aquello tenía y tiene algo de poético, nostálgico y bello. Recorrer las entrañas de Pocket implicó navegar por mi pasado: ese artículo sobre la omnipresencia de las exparejas en Internet que tanto me ayudó; aquel otro que leí eufórico después de haber encontrado trabajo; la desesperada época de lecturas sinfín.
Había pintado un cuadro de mí mismo en una aplicación.
Conforme me acercaba al presente mantenía unos pocos artículos, aquellos que sí me seguían pareciendo interesantes, y eliminaba la mayoría. Muchos de ellos ni siquiera eran textos, sino enlaces a portales que Pocket almacenaba como una url de Google. (En el camino, por cierto, llegué a encontrar un PDF sobre la formación geológica de las Cinco Villas, una comarca aragonesa: es sin duda la cosa más extraña que ha terminado en mi cuenta). Borrar, borrar, borrar, entrar, borrar. Guardar. Borrar, borrar.
Borrar artículos me ayudó a entender que no debo guardar todo. Internet está lleno de cosas muy valiosas, pero también de trampas cognitivas constantes y reclamos fraudulentos
El porcentaje de textos eliminados fue muy alto. Una completa escabechina. Fue muy útil, sin embargo: por un lado, me ayudó a separar el grano de la paja. Por otro, me ayudó a entender que no debo guardar todo lo que suscite un repentino interés en mi cerebro. Internet está lleno de cosas muy valiosas, pero también de trampas cognitivas que te hacen creer que lo son cuando en realidad no. O no tanto como tú crees que lo son en el momento.
Ahora pienso en el largo plazo. Intento escapar de la vorágine diaria de enlaces que puebla, especialmente, mi Twitter. Tomo una vista panorámica de las cosas que terminan entrando en mi Pocket. Pienso antes de actuar, algo que no siempre tendemos a hacer cuando nos movemos en el voraz universo de Internet.
El resultado ha sido que he logrado terminar algunos de los artículos que tenía guardados desde tiempos inmemoriales. Y me he sentido muy bien por ello. En el proceso habré perdido la oportunidad de leer otras tres cosas diferentes y de enterarme parcialmente de cuatro historias vía Twitter. Pero he terminado una tarea, y eso es lo radical. Esa pequeña satisfacción me ha permitido apagar el ordenador con cierta satisfacción y despejar la eterna nube que puebla mi mente.
Dicho de otro modo, me estoy quitando de Pocket. No del todo. Simplemente administro mejor la dosis. Ahora me tomo la vida con un poquito menos de estrés. Incluso he vuelto a leer
Dicho de otro modo, me estoy quitando de Pocket. No del todo. Simplemente administro mejor la dosis. Dado que estoy empezando el proceso de rehabilitación, muchos días se cuelan cosas que no deberían estar ahí, o textos cuyo valor tiende a cero. Son los riesgos de jugar con una droga tan poderosa: en algún momento puede salir mal. Pero aplicando moderación y cierta actitud reflexiva, el aprendizaje es enorme. No sólo por lo leído, sino por el hábito adoptado. Ahora me tomo la vida con un poquito menos de estrés. Incluso he vuelto a leer. Y eso, tiene su gracia, es gracias a Pocket.
Imagen | Alan Becker Capuyá
Fuente: http://magnet.xataka.com
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