Cada cliente es un mundo, pero hay razones por las que la cajera de un súper puede odiarte -aunque tú no lo sepas
Que no respetes el cierre
Algo que cabrea notablemente a los empleados de un supermercado es ese típico cliente que acude a última hora a realizar la comprar. Siempre hay algún caso que responde verdaderamente a una urgencia, si no tienes un ingrediente fundamental para hacer la cena, y eso no es precisamente lo que las saca de sus casillas.
En realidad, lo que no entienden es que algunos clientes acudan cinco minutos antes del cierre del establecimiento a realizar la compra de la semana, con la variedad de productos que conlleva.
Una vez dentro, no les queda más remedio que respetar tu compra. Eso sí, como cualquier en su trabajo, a las cajeras también les gustaría salir a su hora.
Que no sepan el dinero que llevan en la cartera
Hay ocasiones en las que uno acude al supermercado sin saber con exactitud el dinero que llevas en la cartera. Bueno, ante la duda, siempre puedes pagar con tarjeta. Sin embargo, hay clientes que recurren al juego de "esto sí, esto no, esto puede, esto quítalo", un juego que enerva especialmente a una cajera.
Mientras un producto entra en la compra y otro sale, sin olvidar que puede volver a entrar si aparece una inesperada moneda en el rincón del monedero, el resto de clientes no entienden por qué se han puesto en la caja más lenta de todo el supermercado.
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Que les exijas cambio para un carro
Para sacar un carro es necesario tener una moneda de un euro o cincuenta céntimos. También sirve uno de esos imanes de promoción que tan efectivos resultan y que tan poco duran. Cuando ninguna de esas dos opciones son viables, la más recurrente es dirigirte a una cajera y pedirle que te cambie. Sin embargo, hay clientes que confunden el verbo 'pedir' con 'exigir', y las cajeras no soportan.
Si no tiene cambio porque su caja no tiene monedas suficientes para no pasar apuros en los próximos minutos, es lógico que no pueden cumplir con su petición. Hay personas que lo entienden con buen agrado, a otros les cuesta algo más.
Que remuevan el lineal de arriba abajo
Por norma general y estética de los establecimientos, los empleados ordenan periódicamente los lineales para evitar que los clientes tengan que 'trepar' a por un determinado producto. Sin embargo, hay personas que se encaprichan especialmente por un paquete -por mucho que sea igual que el resto- y los trabajadores del supermercado no terminan de entender el porqué.
Uno de los ejemplos más claros en este sentido es el de las latas de refresco con los nombres en el lateral. Muchos clientes querían comprar su nombre sí o sí, y para conseguirlo nada se podía poner en su camino.
Que no se crean que un producto esté agotado
Ya sea en un supermercado o en una tienda de ropa, a todos nos molesta marcharnos sin comprar el producto que buscábamos o necesitábamos. Cuando eso sucede, no queda más remedio que ir a otra tienda o esperarse al día siguiente. Pero hay clientes que piensan que tras un "lo siento, está agotado" en realidad se esconde un "lo siento, no quiero ir al almacén", protestando en repetidas ocasiones por ello.
Poner en duda su profesionalidad es algo que también cabrea -y mucho- a los empleados de un supermercado.
Que escuchen el "pues que hubiesen estudiado"
Y si hay algo que verdaderamente no soporta una cajera del supermercado es escuchar la tan recurrente frase "pues que hubiesen estudiado". Afortunadamente son una minoría los clientes que justifican ciertos comportamientos bajo el nivel formativo de cada uno de los empleados, sin ni siquiera conocer el currículum de cada uno de ellos, pero es cierto que es uno de los comentarios más comunes.
Cuando esto se produce tienen la tentación de contestar, aunque no deben olvidar que "el cliente siempre tiene la razón" -al menos por mantener su puesto de trabajo-.
Que no entiendan que la caja está cerrada
Por mucho que les guste o no a algunos clientes, hay cajas que deben cerrar en determinados espacios de tiempo, ya sea porque el cajero tiene que acudir a un pasillo o simplemente porque su jornada laboral ha concluido y hay otras cajas abiertas al público.
Siendo sinceros, cuando tenemos prisa corremos como locos a esa caja que parece vacía, por mucho que en el resto de cajas haya filas interminables. Llegado el momento, tiras los productos sobre la cinta y no pierdes la esperanza de que haga una 'pequeña' excepción. Hay personas que asumen la derrota con deportividad y otras que prefieren soltar algún que otro improperio.
Que si cierran un día acudas como si hubiese un temporal
No hay nada peor que ir a comprar antes de un puente en el que cierran los supermercados. Existe cierto temor generalizado a quedarse sin alimentos mientras las tiendas permanecen cerradas, por mucho que no sea más de 48 horas. Esa afluencia desmesurada es algo que no terminan de entender las cajeras, sobre todo en las últimas horas del día.
Por mucho que quisiesen disfrutar de un puente de cuatro días -como en otras muchas profesiones-, el supermercado y sus productos estarán disponibles pasada la festividad.
Que tires el dinero sobre la cinta
Tampoco les sienta especialmente bien que algunos clientes tengan cierta animadversión hacia las cajeras y a darles los billetes y las monedas en la mano, en vez de tirárselos sobre la cinta para que ellas lo recojan. Igual que los empleados del supermercado les dan el cambio en la mano, junto con el ticket de compra, les gustaría que así lo hiciesen también los clientes.
Por suerte, como otros muchos comportamientos, la gran mayoría se muestran educados y no confunden 'dar' con 'tirar' a la hora de pagar en caja.
Que intentes tomarles el pelo
Desde hace unos años se puso de moda en buena parte de los supermercados la compra de dulces y otros productos a granel. La idea nació con la verdura y la fruta, donde no siempre hay un responsable que pueda servir y pesar, y de ahí se extendió a la bollería y los frutos secos, por ejemplo.
Sin embargo, pese a que el cliente tiene la libertad para autoservirse, lo que no soportan las cajeras es que intenten tomarles el pelo con el peso de la bolsa. Por unos gramos de más -o de menos, aunque es más raro- nunca pedirán volverlo a pesar, pero hay casos que son realmente desproporcionados. Tras pesarlo y aumentar notablemente su precio, la excusa más utilizada es "bueno, eso es la máquina que está rota".
Fuente: www.que.es
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