viernes, 27 de abril de 2018

LOS NIÑOS NO LLAMAN LA ATENCIÓN, RECLAMAN ATENCIÓN


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Detrás de un "mal comportamiento" de un niño, siempre se encuentra el mensaje oculto de lo que realmente necesita: sentirse protegido por sus padres.

En el ámbito la de crianza más tradicionalista, cuando una criatura muestra algún comportamiento inadecuado (desde el punto de vista de sus padres o del entorno familiar), se suele escuchar la típica frase de “este niño está llamando la atención”.


La expresión “está llamando la atención”, siempre utilizada en tono peyorativo, quiere dar a entender que el niño es un caprichoso sin ningún tipo de control y que lo único que busca con este “mal comportamiento” es que sus padres le hagan caso.
Siguiendo este mismo ideario tradicional, los adultos concluyen, por ejemplo, que si un hermano mayor pega al pequeño lo hace porque está celoso o que si una adolescente intenta suicidarse, su intención es la de llamar la atenciónde su entorno.

Las causas de una conducta disruptiva

Pocas veces se profundiza en las verdaderas causas de estas “llamadas de atención”. Muy pocos adultos (incluidos profesionales relacionados con la infancia) comprenden que los niños y adolescentes con su mal llamado “mal comportamiento”, lo que realmente están intentando hacer es transmitir, comunicar de esta forma, sus necesidades auténticas y legítimas.
En estos momentos de tensión, los adultos casi nunca se esfuerzan por empatizar con niños o adolescentes, para validar, sin juicio, sus emociones e intentar comprender cómo se sienten realmente o qué necesitan de ellos.
Si nos aplicáramos para ponernos en su situación, en lugar de juzgarles desde nuestro pedestal adultocentrista, nos percataríamos de que siempre, tras las conductas disruptivas de los niños, existe un mensaje encubierto.
No se “portan mal” por capricho, sino que están demandando nuestro auxilio y nuestra ayuda. Se sienten mal, inseguros, y están reclamando a los adultos que les cuidan que cumplan su función de protección y acompañamiento en el complicado mundo que les ha tocado vivir.

Los bebés piden ayuda

En nuestra infancia, para sobrevivir, necesitamos el cuidado y la atención de nuestros progenitores. Nacemos totalmente indefensos y somos la especie que más tarda en conseguir autonomía. Un potro o un cervatillo ya están trotando a los pocos minutos de su nacimiento, pero el ser humano necesita años para poder valerse por sí mismo.
En este proceso de maduración, resulta primordial sentir que los adultos que están a nuestro alrededor nos cuidan y nos ofrecen un espacio seguro en el que poder crecer y desarrollarnos.
Cuando un bebé precisa ayuda o cuidados de sus padres (cariño, comida, abrigo, comunicarles su dolor, sus miedos, etc.) llora para llamarles. Si sus cuidadores acuden prestos y satisfacen sus necesidades, el pequeño se relajará, pero si no es atendido, buscará otras formas para llamar la atención de sus mayores.

Cuando el niño se da cuenta de que sus padres no le asisten cuando les pide ayuda y no se preocupan por él, elabora otro tipo de estrategias para recibir el auxilio que necesita.
Si un niño de dos o tres años pide ayuda o desea jugar con su padre, pero él está ocupado con el ordenador y no le presta atención, su hijo probará a llamarle varias veces. Transcurrido un breve lapso, puede que el pequeño, frustrado por no recibir la ayuda que necesita (en este caso atención y cuidados), acabe llorando, gritando y hasta lanzando juguetes al suelo.
En el peor de los casos, puede que justo en este instante de tensión, el pequeño se caiga, se haga daño y llore aún más fuerte. En este momento, el padre se levantará de la mesa del ordenador y acudirá a atender y consolar al niño dolorido.
Al final, el padre deja lo que estaba haciendo para ocuparse de su hijo, pero si se repiten con frecuencia situaciones de este tipo, puede acabar creándose un patrón insano de relación del niño con sus mayores. El mensaje inconsciente que queda es que sus necesidades no son atendidas en un primer momento y que precisa llamar la atención de sus padres de forma más contundente.

El caso de Marta

Hace unos años, una pareja vino a verme para consultarme por problemas de comportamiento de Marta, su hija mediana. La niña estaba todo el día de mal humor, gritaba y, cuando no se hacía lo que ella quería, pegaba a sus hermanos. Sus padres no sabían cómo afrontar la situación.
Indagando sobre la dinámica familiar, me explicaron que la hermana mayor era muy inteligente y que siempre acaparaba todas las conversaciones de los padres y de la familia con sus logros. Además, la pareja acababa de tener un bebé, por lo que éste era el centro de todas las miradas y mimos de la familia.
Tras el nacimiento de su hermano, Marta, la mediana, ni tan pequeña como el bebé, ni tan inteligente como la hermana mayor, se había quedado en una especie de terreno de nadie, donde se sentía perdida, descuidada por todos y en constante frustración.

El propio padre me reconocía que, cuando le hacían un poco de caso a la mediana, su comportamiento mejoraba notablemente. Como vemos, el problema del “mal comportamiento” de Marta no estaba en ella, sino en la dinámica familiar, en el que la niña no estaba siendo lo suficientemente cuidada y atendida.
El trabajo con la familia se centró en buscar la forma de volver a integrar a Marta dentro de la dinámica familiar para que ella también tuviera su lugar y se sintiera atendida y escuchada.

Cambiar de concepto

Tenemos que cambiar el concepto negativo del niño caprichoso que se porta mal para llamar la atención por la idea más sana y constructiva de empatizar para comprender qué nos está queriendo comunicar con su comportamiento.
Hablaremos, entonces, de niños que “reclaman” (en lugar de llamar) atención porque realmente tienen todo el derecho de hacerlo. Reclamar es reivindicar algo legítimo que merecemos y nos han quitado.
Los adultos somos los que tenemos que estar atentos a lo que necesitan los niños para sentirse seguros y protegidos y no necesiten maneras disruptivas de conseguir que les atendamos.

Fuente: www.mentesana.es

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