Pasar todo el día quejándonos sin tomar cartas en el asunto es legítimo, pero no mejora nuestras vidas. Y las tazas con mensajes felices, menos.
Que los lemas del estilo Mr. Wonderful no acaban ni con la crisis económica, ni con una relación de maltrato, ni con cualquier otra circunstancia más o menos fuera de nuestro alcance que perjudique gravemente nuestra condición de vida es algo que todo el mundo sabe.
Que muchas personas estamos ya hartas de la obligatoriedad de lo “positivo”, de tener que ponerle al mal tiempo buena cara sin excepción e impedirnos llorar y sentir tristeza, rabia o ansiedad; es otro hecho.
Es por eso, en definitiva, por lo que reivindico nuestro derecho a estar tristes. A enfadarnos. A asustarnos; aterrorizarnos, incluso. A mandarlo todo a la mierda, soltar unas cuantas palabrotas y declararnos hasta las narices de las injusticias que rigen nuestra sociedad y de las circunstancias particulares más o menos duras en las que podemos encontrarnos a lo largo de nuestras vidas.
Sí, creo que el hartazgo no es ningún lastre, en su justa medida. Que las personas tenemos derecho a estar hartas y, si nos obligamos a asentir siempre y no sentir otra cosa que agradecimiento por estar vivas (aun cuando estar vivas duela, y mucho, muchas veces); si nos obligamos a hacer esto, la alegría pasará de ser una emoción sincera y auténtica a convertirse en una máscara totalmente hipócrita y se nos agarrotará el rostro de tanto sonreír con falsedad.
Pero, sin embargo, en medio de todo este discurso de pesimismo y hartazgo no dejo de ser consciente de lo fácil que es estancarte cuando te limitas a quejarte de todo.
Porque sí, todas las personas tenemos derecho a quejarnos; pero ¿qué hay de nuestro derecho a una vida mejor? ¿a una vida digna de ser vivida? Sin compromiso con nuestras causas, sin lucha social, sin inconformismo y sin una pizca de optimismo no creo que logremos nunca vidas así ya sea para nosotras o para las que vengan después.
Y todo esto se me ocurre porque, en terapia de grupo motivacional, alguien comenta que tenemos derecho a vivir una vida menos mala.
Y yo no puedo dejar de darle vueltas a lo sabio de esta afirmación.
Porque no, no vamos a darle cuatro pinceladas de barniz a la fachada de nuestra vida y andar gritando a los cuatro vientos que el pronóstico es atractivo tras un despido o una multa; tras sobrevivir, o incluso no haber salido todavía, de una relación de maltrato y abuso… y tantas otras situaciones que pueden desesperarnos en el sentido más literal de la palabra.
Pero ¿qué hay de construirnos vidas menos malas? Para construirte una vida menos mala no hacen falta lemas optimistas por un tubo, ni tampoco resignarte a alimentarte de las migas que caen de la mesa de los que están arriba y dar gracias por tener, al menos, algo que llevarte a la boca.
No, para construirte una vida menos mala hace falta ser consciente de lo difícil que lo tienes y aun así seguir intentándolo. Para construirte una vida menos mala hace falta tener a esa amiga con la que puedes quedar para cagarte en todo y acabar entre risas porque al menos os tenéis la una a la otra ¡y eso os aporta tanta felicidad!
Para construirte una vida menos mala hace falta buscar una terapeuta que se ajuste a tus necesidades y a tu capacidad económica aun siendo consciente de que probablemente no estéis de acuerdo en muchos aspectos y no te vaya a aportar la pócima mágica del bienestar y la recuperación.
Para construirte una vida menos mala hace falta felicitarte por tus logros, por insignificantes que parezcan (eso lo he aprendido también en terapia de grupo). Porque solo estando orgullosas de nuestra trayectoria, de nuestros avances, podremos seguir construyendo vidas menos malas. Vidas más dignas.
Para construirte una vida menos mala hace falta luchar por unas mejores condiciones de vida para ti y para el resto de seres vivos, sí, pero también saber cuándo te mereces un descanso de tanta acción social. Porque una activista o militante totalmente desgastada emocionalmente de tanto protestar y moverse no le sirve de nada a la lucha social; y, lo que es igual o más importante, no se encuentra en condiciones de vivir esa vida digna por la que tanto se moviliza.
Como ya he comentado otras veces, nuestro bienestar es importante tanto para nuestros activismos como para nosotras mismas; porque nos merecemos poder cerrar los ojos y descansar por muy de vez en cuando que tengamos la oportunidad.
Así que menos positividad obligatoria y más realismo del que no va reñido con la voluntad de sembrar sonrisas sinceras, diría yo. Más voluntad de construirnos vidas, sino más buenas, menos malas al menos.
Fuente: www.mentesana.es
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