viernes, 5 de enero de 2018

MENTIRAS Y VERDADES SOBRE EL RESFRIADO EN NIÑOS: EL FRÍO NO CONSTIPA


Mentiras y verdades sobre el resfriado en niños: el frío no constipa
Todos los padres intuimos que será en la guardería donde nuestro hijo se contagie y no en el parque, entonces, ¿por qué culpamos al invierno?

Llega el frío y no falla: sostenemos con la misma solemnidad que nuestro hijo se ha contagiado de un resfriado en la guardería como que ha cogido un catarro por salir a la calle sin abrigar o por andar descalzo por casa. La primera afirmación está basada en hechos y teorías científicas contrastadas. Sin embargo, las otras son solo suposiciones, es decir, hipótesis que, basadas en la pervivencia cultural de ciertos clichés, están aún por demostrar.



Por mucho que se escriba o se diga, la ciencia actualmente no sabe con certeza por qué hay prevalencia de constipados y gripes en invierno. Algunas teorías apuntan a que puede ser porque en invierno estamos más cerca uno de otros, en sitios cerrados, o que el aire es más seco y facilita el contagio. Además, hay menos síntesis de vitamina D porque hay menos sol o una menor vasoconstricción de los capilares nasales por el frío que dificulta la acción del sistema inmune. Pero solo una cosa es segura: sin virus que se contagie de una persona a otra no puede existir la enfermedad. En otras palabras, la causa es únicamente un virus.
El constipado, el resfriado o la gripe son enfermedades víricas, como lo son la varicela o la hepatitis. Un virus -el rhinovirus en el caso del resfriado- entra en nuestro organismo y se reproduce dentro de nuestra células para crear más copias de sí mismo, lo cual afecta, en mayor o menor medida, a nuestros procesos fisiológicos y a nuestros órganos. Los síntomas son los típicos: mocos, dolores de garganta, malestar general y -el más preocupante- las subidas de temperatura, que son precisamente el método que tiene el organismo para luchar contra la infección. Es más, se puede estar infectados con el virus del constipado y no tener apenas síntomas.
Algunos virus utilizan como vía de infección para entrar en nuestro organismo la sangre. Otros, como el del constipado o la gripe, principalmente la nariz, que no la boca. Nos contagiamos al inhalar gotitas de agua que contienen ese virus que antes residía en otras personas. Al respirar, esas gotas se expulsan al exterior y así es como llegan a nuestro organismo, en un ciclo que hace que indefectiblemente toda la guardería acabe en cama al mismo tiempo. Por tanto, lo más probable es que, en el caso de los niños, enfermen cuando se hallen cerca unos de otros. En invierno, cuando pasamos más tiempo entre paredes, ese contagio, pues, se produce en recintos cerrados, como la guardería y otras pequeñas habitaciones. Pero no en la calle con el frío, justo al contrario de lo que pensamos.
Aproximadamente, hay un 95% de posibilidades de que nuestro hijo se constipe al estar en contacto con una persona infectada por el virus. Por lo general se trata de otro niño, ya que durante el juego los niños se tocan, se besan y un largo y pringoso etcétera. El 5% restante podría depender -hay estudios contradictorios- de la humedad del aire, del estado anímico, de la respuesta inmune o incluso de la higiene del sueño y la alimentación.
Curiosamente, tiene mayor base científica un estudio donde se afirma que tomar dos copas de vino al día reduce el riesgo de infección por virus del constipado que otros que aseguran que hay que tomar zumo de naranja. No se trata de darle dos chatos de vino al niño, pero, a la hora de atajar el resfriado, seguro que es mucho más efectivo que la bufanda y otros inútiles clichés.

Algunos hechos sobre los virus

Los virus no pueden vivir en el agua o en el aire mucho tiempo. Su vida media es de más o menos 24 horas. Luego se mueren. Por ejemplo, el virus de gripe se muere a la hora de estar en nuestra mano, mientras que el del Ébola se desactiva en cuanto toca el agua. Dicho de otro modo: el virus necesita un organismo vivo para poder reproducirse. Por lo tanto, el virus NO PUEDE estar esperando en la calle, al fresco, para constiparnos , como creen muchos padres. Asimismo, el virus tampoco sabe si estamos descalzos o con el pelo mojado.
Cuando hay un virus en el ambiente, es porque otra persona lo ha puesto allí desde su nariz al respirar o estornudar, así que el virus, que trata de sobrevivir como sea porque su vida es muy corta fuera de un organismo, busca células vivas de una nariz que colonizar. Y la más probable es la que está más cerca.
Según el investigador de la Universidad de Virgina Richard Turner, uno de los mayores expertos en enfermedades infecciosas del mundo, una vez el virus ha llegado a nuestra nariz tenemos un 90 % de posibilidades de desarrollar la infección. Una vez infectados -esto es lo más importante- poco más del 50% presentará síntomas típicos del constipado, mientras que el resto pasará la infección sin darse cuenta. No podemos evitar que el virus llegue a nuestra nariz salvo que vayamos con mascarillas o vivamos en la Antártida solos. Hasta el más sano puede constiparse.
En Finlandia los niños duermen la siesta en la calle hasta con diez grados bajo cero. Por supuesto lo hacen arropados, pero el objetivo no es tanto evitar resfriados como que no pasen frío. Es normal ver cafeterías con varios carritos en la puerta con niños dentro durmiendo. Si vas a casa de unos amigos y tu hijo quiere echarse la siesta, te ofrecen la terraza y el jardín, no la habitación. Incluso las autoridades sanitarias lo recomiendan. Esta práctica sería motivo de escándalo para muchos padres españoles, pero la realidad, que es terca, dice que los niños finlandeses no se constipan más que los nuestros.

Nuestro entorno

La antropología hace tiempo que evidencia que no tenemos posibilidad de acción y cambio sobre todo nuestro entorno, lo cual nos lleva a sobreactuar allí donde podemos -o sea, llevar a nuestros hijos abrigados como si fueran el muñeco de Michelin- y quedarnos pasivos o mirar hacia otro lado donde no podemos, como pasa con el estrés o la contaminación de la autopista de al lado de casa, que, de hecho, es mucho peor que el frío para nuestros hijos, según afirma UNICEF.
La cultura en la que crecemos tiene mucha fuerza en nuestras costumbres a través de la tradición. Y esas costumbres, que velozmente se convierten en clichés, unas veces son más acertadas que otras. En el caso que nos ocupa, la relación entre pasar frío, mojarse la cabeza o salir sin bufanda y constiparse es más un cliché que un hecho probado. Lo mismo sucede con el mantra de que la vitamina C previene el constipado, cuando más de 30 estudios con 10.000 personas no han encontrado relación alguna entre tomar vitamina C y evitar la infección por el virus de constipado o la gripe, aunque sí han constatado una muy ligera reducción de los síntomas.
Indudablemente a los niños hay que abrigarlos mientras son pequeños y no pueden decirnos si tienen frío, pues es mejor pecar por defecto. Además, está demostrado que los niños desde que nacen protestan cuando tienen frío, pero no tanto cuando tienen calor: una cosa es tan mala como la otra. También hay que tener en cuenta que su actividad constante, como si fueran electrones, hace que necesiten menos abrigo que los adultos.
Por todo lo anterior, parece una idea razonable que, a partir de los tres años, los niños, cuando ya saben si tienen calor o frío, sean quienes elijan abrigarse, siempre que sea, claro, está, un frío moderado. Todo lo demás, como hemos visto, es un cliché que reconforta -ese es uno de los poderes de la costumbre-, pero que en verdad sirve para muy poco. A fin de cuentas, todos los padres intuimos que será en la guardería donde nuestro hijo pillará el resfriado y no en el parque, pero ese irreversible conflicto entre lo racional y lo irracional es, en fin, materia para otro artículo.

Fuente: https://elpais.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario