Nicanor sabe lo que es el miedo y lo sabe porque lo ha experimentado muchas veces. Últimamente, en cambio, ese miedo (quizás más indefinido, pero igual de vívido) lo visita mucho más a menudo. Le da algo de vergüenza reconocerlo, pero confiesa que mucho antes de salir a tomar algo con los amigos ya empieza a sentir una angustia irracional por lo que se encontrará allí.
No lo entiende, pero su principal preocupación cuando va de fiesta son los músicos en vivo. Especialmente, la flauta. Cuando escuchaba una flauta en algún banquete, fiesta o evento social, una masa de temores le agarra por el pecho y no lo suelta. Lo convierte en un guiñapo. Nicanor, estamos bastante seguros de esto, tiene un trastorno de ansiedad, pero él no lo sabe.
Y no es raro que no lo sepa, Nicanor vivió en Grecia en los últimos años del siglo V antes de Cristo y su problema, conservado en los 'Tratados Hipocráticos', es el primer caso documentado de un trastorno de ansiedad que tenemos. La 'ansiedad' no es, como podemos ver, una recién llegada a la vida de los seres humanos como podríamos creer. Siempre ha estado aquí y, hasta donde sabemos, no se va a ir a ningún sitio. No, no podemos vivir sin ansiedad.
Pero, ¿Qué es la ansiedad?
Según el DSM, el que quizás sea el manual psiquiátrico de referencia, no he sido del todo exacto en los párrafos anteriores. Ansiedad y miedo son cosas clínicamente diferentes. La ansiedad se diferencia del miedo en que, mientras este último se trata de una respuesta emocional vinculada a una amenaza inminente (real o percibida), la primera es la anticipación de una amenaza que no se dibuja claramente en el horizonte. El matiz es importante.
Médicos, psicólogos e investigadores en general tienen claro que la ansiedad es una emoción normal, algo que forma parte del "equipo emocional estándar" de los seres humanos. Desde el punto de vista evolutivo, es un mecanismo psicológico que nos permite adaptarnos al entorno y que incita a las personas a alejarse de lugares peligrosos.
Una de esas cosas que nos mantienen vivos, vamos. La poetisa, activista y divulgadora científica Beatriz Sevilla tiene una de las definiciones de un brote de ansiedad más incisivas que conozco, es «como si me estuviera persiguiendo un tigre, pero sin tigre».
Intuitivamente, es una buena forma de conceptualizarlo. Sobre todo, porque durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva el tigre sí estaba ahí. El problema es que, de vez en cuando, sencillamente no estaba. Dicho de otra forma, a veces, estos mecanismos emocionales dejan de ser adaptativos, fallan y se convierten en lo que, hoy por hoy, conocemos como un trastorno de ansiedad.
Un mundo ansioso
Como podíamos ver en el caso de Nicanor, no es algo nuevo. Lo nuevo es otra cosa: el mundo que nos rodea y el hecho de que nuestra biología y nuestra cultura van un poco más despacio que ese mundo. La evolución ha esculpido una caja de herramientas emocionales que nos dan razones para evitar circunstancias que ponen en riesgo nuestra seguridad, pero ¿qué pasa cuando esos riesgos se reducían drásticamente? Que los falsos positivos se disparan.
No es una forma de hablar. Según la OMS, en el mundo una de cada 10 personas sufre ansiedad en este momento y, al menos en los países donde tenemos datos fiables, se ha convertido en la enfermedad mental más prevalente. En Google se busca hasta 10 veces más el término ansiedad que depresión. Y, para que veamos que no es solo un problema de terceros, en los últimos años España se ha transformado en el país europeo que más ansiolíticos consume, la gran mayoría administrados por amigos y familias (44% en el caso de los opiáceos y 62% en sedantes).
Las sociedades modernas se han convertido en máquinas de producir brotes de ansiedad. En buena parte, como dicen Wilson y Luciano, porque "sentirse bien" se ha convertido en una guía genérica de salud mental. Tanto es así que "los seres humanos del siglo XXI fácilmente entendemos que sentirse mal es algo anormal". O, dicho de otra forma, como muestran las encuestas, la gran mayoría de la población entiende que "sentirse mal" es incompatible con "creerse mentalmente sano".
Una vez que la idea de que necesitamos estar bien para vivir bien se instala (cultural) en las personas el riesgo de que una persona se cronifique en un trastorno de ansiedad aumenta exponencialmente. Wilson y Luciano van más allá y apuntan a que ese tipo de ideas tan populares en nuestra sociedad (y que quizás pueden funcionar en algunos procesos transitorios como el luto) tienden a "desnaturalizar la ansiedad como parte natural del mundo" y pueden llegar a convertir "la evitación de ese sufrimiento como el único objetivo de la vida". Una "opción restrictiva que puede resultar destructiva".
Contra la evitación experiencial
«Los animales son felices mientras tengan salud y suficiente comida. Los seres humanos, piensa uno, también deberían serlo, pero en el mundo moderno no lo son. Al menos, en la gran mayoría de los casos». Con esta reflexión en 'La conquista de la felicidad', Bertrand Russell no sólo estaba haciendo una crítica a la sociedad de su tiempo, sino que estaba incidiendo precisamente en esta idea.
Cuando los investigadores y los clínicos se dieron cuenta de que la práctica tradicional (esa necesidad de controlar las emociones para poder vivir feliz) estaba siendo contraproducente empezaron a reflexionar sobre la ansiedad en la vida cotidiana y como ese papel podía dar las claves para enfrentarse a esta epidemia cada vez más extendida.
Hay muchos modelos y teorías que han surgido para entender este proceso, pero quizás los que se conocen como "de aceptación y compromiso" se encuentran entre los más exitosos (Hayes, Strosahl, & Wilson, 1999). Estos modelos inciden en combatir la rigidez psicológica que nos hace sumirnos en la evitación experiencial y aceptar que el malestar y el sufrimiento (cuando no son patológicos) son cosas indiscutiblemente vinculadas a la vida. Se trata de reconocer que no se puede vivir sin ansiedad, sí; pero también en no convertir esa idea en una losa que nos impida avanzar.
La necesidad de encontrar una forma contemporánea de la vida buena
Porque esa quizás sea la pregunta clave de todo esto: ¿cómo construir un relato cultural de la vida en la que no podemos escapar del dolor, el miedo o la incertidumbre y aún así merece la pena ser vivida? La psicología clínica contemporánea se centra en cambiar la mirada y promover la aceptación, pero también en ser conscientes de los valores personales y de comprometerse con ellos. No suena mal y está dando buenos frutos, pero lo cierto es que aún es pronto para saber si este enfoque funciona.
En los últimos 150 años, el ser humano se ha reencontrado consigo mismo a través de la ciencia moderna, pero no hemos sido capaces de digerirlo bien (culturalmente hablando). Como señala Harari, "nos permitimos creer algo en el laboratorio y otra cosa totalmente diferente en el tribunal o el Parlamento. […] Después de dedicar cientos de páginas eruditas a deconstruir el yo y el libre albedrío, efectúan impresionantes volteretas intelectuales que milagrosamente los hacen caer de nuevo en el siglo XVIII”. Y eso es algo que nos hace chirriar los dientes. Necesitamos, dicen los psicólogos, encontrar nuevas formas de vivir una vida buena: no es algo sencillo, esa es una de las grandes tareas de la filosofía sintética, la psicología clínica y la teoría política: en fin, de la vida cotidiana.
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