Echar de menos alguien que ya no está es normal, humano. De hecho, en muchas ocasiones no es un problema. El tiempo pasa y de alguna manera todos coleccionamos experiencias para la nostalgia que sabemos que no se repetirán. Sin embargo, en otras ocasiones este recuerdo estancado sí que se convierte en un lastre; es entonces cuando hay que intervenir.
Sabes que echar de menos a alguien que ni siquiera piensa en ti es una falta de ortografía emocional. Eres consciente de que es un error; que dejar que tus pensamientos y anhelos vayan una y otra vez hacia esa persona traza el laberinto de un sufrimiento inútil. Y aún así, resulta imposible salir de dicha deriva, ahí donde el presente está lleno de anclas que nos llevan una y otra vez hacia el pasado.
Admitámoslo, a día de hoy aún han creado ese fármaco capaz de apagar la nostalgia, de borrar el dolor por una ausencia que hasta no hace mucho era todo para nosotros. A pesar de ello y aunque cueste creerlo, transitar por esas etapas es algo necesario, algo inherente al ser humano dado que también el sufrimiento cimienta historias, asienta la personalidad y nos dota de valiosos recursos psicológicos.
Con ello, no queremos decir ni mucho menos que haya que sufrir para aprender. Sin embargo, cuando la vida nos rompe de nada sirve girar el rostro ni aún menos darnos contra la pared a la desesperada. Más allá lo que podamos pensar estamos preparados para superar el dolor en todas sus formas y tonalidades. Los pedazos rotos pueden unirse de nuevo y hasta cicatrizar consolidando un material más resistente.
«Y hay también muchos que embarrancan para siempre en estos escollos y permanecen toda su vida dolorosamente adheridos a un pasado sin retorno, al sueño del paraíso perdido, el peor y el más asesino de los sueños».-Hermann Hesse-
Echar de menos a alguien que ni siquiera piensa en ti, ¿qué puedes hacer?
Echar de menos a alguien que ni siquiera piensa en ti es una tremenda ironía, pero aun así no deja de ser un fenómeno cotidiano. Cuando te levantas por la mañana es el primer pensamiento, al acostarte es el origen de tu insomnio y durante la jornada no hay canción, serie, rincón de la ciudad, libro o ridícula insignificancia que no te retrotraiga hacia esa persona.
Vivir con la mirada puesta en el retrovisor de nuestro pasado no es recomendable ni saludable. Ahora bien, por muy desesperante que nos parezca, debemos entender un pequeño aspecto: es algo normal. Siempre existe un periodo de duelo donde estamos obligados a lidiar con un amplio espectro de sensaciones, ansiedades, dolor emocional y angustia.
Lo más importante de todo esto es no extender en exceso ese tiempo, y aún menos derivar en lo que se conoce como duelo congelado o retardado. En estas últimas situaciones, la persona se convence a sí misma de que puede seguir adelante, pero lejos de dar un cierre adecuado a esa pérdida, deriva en situaciones de elevado estrés y ansiedad donde las emociones por esa ausencia siguen siendo muy intensas.
¿Por qué ocurre? ¿Por qué nos cuesta tanto olvidar?
En realidad, no se trata de olvidar sino de aprender a vivir con los recuerdos sin que estos duelan. Nuestro cerebro difícilmente borrará de la memoria una historia inscrita a través de la tinta de las emociones. Cuando más intensas y significativas más perduran y más nos cuesta aliviar la impronta del dolor.
El que esto sea así se debe básicamente a esa combinación de neurotransmisores y hormonas como la oxitocina, la serotonina o la dopamina que consolidan nuestras relaciones personales. Cuando estamos con alguien a quien queremos, se libera este fabuloso cóctel químico donde flotan con intensidad las emociones más embriagadoras.
Ahora bien, cuando ese alguien no está, el cerebro sigue necesitando su ‘dosis’ de neuroquímicos. El afecto hacia alguien es, en cierto modo, una adicción para nuestro universo neuronal, ahí donde hallar la calma y el bienestar. Sin embargo, si nos falta esa persona, aparece la desregulación, la angustia y la ansiedad…
Echar de menos a alguien que ni siquiera piensa en ti tiene solución
Echamos de menos a muchas personas y de muy diversas maneras.Sentimos nostalgia por esas figuras que dejamos atrás en el viaje de la vida (amigos, compañeros de trabajo). Experimentamos dolor al perder a alguien de manera traumática y, cómo no, anhelamos a esas personas con quienes mantuvimos un vínculo afectivo y cuya ruptura pudo ser complicada.
De algún modo, una buena parte de las relaciones no terminan de mutuo acuerdo. A veces el amor se apaga en uno de los dos, otras veces ese amor se desplaza hacia una tercera persona o simplemente la convivencia no es satisfactoria en una parte de la pareja. En estas situaciones, siempre queda alguien que cargará sobre las espaldas el sufrimiento y el lastre de seguir enamorado.
Echar de menos a alguien que ni siquiera piensa en ti tiene solución. No existen milagros ni estrategias rápidas, pero sí procesos que es necesario seguir de manera adecuada y comprometida. Reflexionemos sobre estas claves.
Contacto ‘cero’
Puede ser traumático pero necesario. Cuando echamos de menos a alguien nos vemos tentados a retomar el contacto, a quedar para mantener una última conversación, en idear estrategias para reconquistar a esa persona. Si de verdad deseamos superar esa ruptura, es necesario evitar este tipo de situaciones. Es más, otra sugerencia es evitar las redes sociales y ver las actualizaciones, fotos y comentarios de esa persona en concreto.
Aceptar la realidad sin rencores, prohibido buscar culpables
Cuando una relación termina de manera compleja, es común albergar sentimientos de ira o la frustración. Al buscar un ‘por qué’ es fácil embarcarnos en el péndulo de la culpa. Ahí donde pensar a instantes que los culpables somos nosotros por no haber hecho esto o aquello o donde concluir que es la otra persona quien nos ha tratado mal, quien nos ha humillado.
Este tipo de pensamientos nos hunden aún más en el sufrimiento y estancan el proceso del duelo.
Nuevos proyectos, nuevas metas en el horizonte
Echar de menos de manera constante es como clavar un ancla y permanecer atrapados en un mismo espacio, en una misma situación de dolor y anhelo constante. Nada avanza. Nada cambia. Quedamos cautivos de una involución personal que nadie merece.
Hay que tenerlo claro: podemos echar de menos a alguien, pero solo lo suficiente. Lo justo para ir cerrando poco a poco una etapa, sin que recuerdo se convierta en un ancla o lastre.
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