La industria hace que nos sintamos culpables, pensando en cómo quebrar nuestra voluntad para que no paremos de consumir. Generando, precisamente una culpa que sigue potenciando el consumo más instintivo.
El ser humano como especie, las personas en su evolución hemos tenido que enfrentarnos a retos cada vez más sofisticados, a una velocidad trepidante, sin que la biología haya podido seguir ese ritmo. Así, con cuerpos diseñados para cazar y protegernos en condiciones complicadas hoy enfrentamos retos tecnológicos. De esta manera, hablaremos de cómo la industria hace que nos sintamos culpables.
Para hacerlo, tomaremos de referencia el magnífico libro El enemigo conoce el sistema de Marta Peirano. En él, la periodista hace un repaso a cómo el conocimiento sobre el funcionamiento de nuestra mente nos hace vulnerables, muy vulnerables a los intereses de determinadas empresas a la hora de motivar el consumo.
La industria nos hace culpables
Hoy, sabemos, por ejemplo, que una música alegre nos incita a comprar más rápido. Que una música tranquila nos incita a permanecer más tiempo en un lugar. ¿Qué se escucha en unos grandes almacenes? ¿Qué música hay de fondo en una tienda de artículos muy caros? Claro, después llegamos a casa y cómo nos podemos sentir después de haber comprado tantos artículos poco necesarios o habernos gastado tanto dinero. Sí, la industria hace que nos sintamos culpables.
También nos sentimos culpables cuando no podemos dejar de comer la llamada comida basura. Cuando nos proponemos una y otra vez mejorar nuestra dieta y «fracasamos». ¿Pensamos cómo está diseñada este tipo de comida?
En palabras de Marta, «preferimos pensar que somos unos tragaldabas sin un gramo de disciplina a creer que una de las industrias más poderosas y tóxicas del planeta mantienen a equipos de genios extraordinariamente motivados con salarios exorbitantes y laboratorios con lo último en tecnología, cuyo único propósito es manipularnos sin que nos demos cuenta».
Es decir, hay un motón de personas y tecnología trabajando para quebrar nuestra voluntad. Así, te pregunto, ¿alguna vez te habías parado a pensar el poder al que te enfrentas?
A toda una industria que vende comida barata y muy poco saciante por su bajo valor nutricional. Esto produce una paradoja: que haya personas obesas y al mismo tiempo mal nutridas, porque la cantidad poco o nada tiene que ver con la calidad.
Preparados para las personas que hacen del acto de seleccionar lo que comen un acto impulsivo, ante la falta de tiempo y de energía cognitiva, y las muchas presiones que tienen que soportar. Por otro lado, ante la preocupación por la dieta que crece en la sociedad, muchas de las recetas de antaño se están disfrazando de saludables.
Así, podemos ver en sus envases a gente practicando deporte o a frases en formas de llamada de atención que señalan lo que el producto no tiene, olvidando lo que sí que tiene. Así es como la industria hace que nos sintamos culpables.
Algunas industrias han intentado reducir el nivel de azúcar de sus alimentos; sin embargo, lo que han visto en sus estadísticas es que las ventas han bajado. Como bien dice Marta, «es que es más fácil generar una adicción, que terminar con ella».
Por otro lado, es un ciclo en el que entramos desde que somos pequeñitos. «Mis primeros cereales», «Mi primera sopa», artículos sanos que cuentan con ingredientes potencialmente adictivos y poco o nada saludables.
El consumo en la red
De una forma o de otra, la industria busca que no paremos de consumir. ¿Qué está de moda ahora? Las plataformas a la carta con un montón de series que cuentan con varias temporadas.
El cine, el formato acotado en el tiempo, con segundas y terceras partes poco comunes, ha sido sustituido por una plataforma que nos sirve un capítulo detrás de otro sin interrupciones y a un «precio asequible».
La industria hace que nos sintamos culpables. Si no, ¿qué emoción predomina después de habernos pasado una tarde entera frente a la TV con la agenda repleta de puntos pendientes? El aderezo son las redes sociales. Antes desbloqueábamos el terminal sin darnos cuenta para mirar la hora, o así lo justificábamos, porque al segundo no teníamos ni idea de qué hora era.
Ahora el automatismo son las redes sociales. Sitios de scroll infinitos que nos ofrecen una apariencia personalizada para que nos quedemos. Puedes ir, por ejemplo, a tu muro de Facebook y bajar y bajar y bajar y seguir bajando, y seguirán apareciendo historias compartidas de tus conocidos o vídeos de perritos o de comidas con una pinta estupenda. El caso es que, para salirte de él, tienes que recuperar el control de tu atención.
Una tarea complicada porque los que han diseñado la plataforma lo han hecho para que te quedes ahí, en su lugar virtual, el mayor tiempo posible. Personas que no son precisamente tontas y que cuentan con todo el conocimiento con el que hoy contamos sobre cómo funciona nuestra mente. Un conocimiento que no dudan en explotar.
Así, la industria hace que nos sintamos culpables. Muy culpables. Porque tristes comemos helado y nos abandonamos. Porque cuando aparece la desesperanza, que en muchas ocasiones es un derivado de la propia culpa, somos todavía más instintivos. Así es como en la realidad y en el cine, la protagonista termina comiendo helado delante de la televisión.
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