Todos nacemos con sentimientos innatos. A medida que crecemos, sin embargo, tendemos a sepultarlos bajo una montaña de raciocino. Llevamos tanto tiempo reprimiéndolos que desarrollarlos y aprender a escucharlos no es una tarea fácil. Pero si tenemos instintos es por alguna cosa, y existen una serie de situaciones y circunstancias en las que siempre deberíamos priorizarlos. Al fin y al cabo, no es casualidad que muchos psicólogos consideren que nuestros intestinos son nuestro “segundo cerebro”.
1. Cuando crees que estás en peligro.
En los tiempos de nuestros ancestros cavernícolas, cuando nuestro cerebro todavía no contaba con un lóbulo frontal plenamente desarrollado, lo que determinaba la supervivencia eran las reacciones instintivas ante las situaciones de peligro.
Estas reacciones estaban motivadas por los recuerdos implícitos. Es decir, a toda aquella información que se queda grabada en el cerebro sin que nosotros seamos conscientes de ello.
A lo largo de nuestra evolución hemos mantenido los mecanismos que nos permiten percibir y responder a los estímulos que nos rodean de forma inconsciente. Esto es especialmente útil en situaciones potencialmente peligrosas, en las que es imprescindible actuar con rapidez.
Pongamos que, andando por la calle, empiezas a tener la sensación de que alguien te sigue. En ese momento, tienes dos opciones: o salir corriendo o iniciar una deliberación racional para convencerte de que nadie te está siguiendo. Siempre será mejor arriesgarse a tener una reacción exagerada que exponerse a sufrir un daño real.
2. Cuando conoces a alguien por primera vez.
A menudo, las convenciones sociales enmascaran nuestros
instintos.
Cuando, por ejemplo, te presentan a alguien y tienes la sensación de que hay algo en ellos que no te gusta es posible que acabes relegando estas sensaciones con el objetivo de evitar el conflicto.
Pero, por mucho que intentes autosugestionarte en pos de una convivencia pacífica, a la larga acabarás descubriendo que tus instintos tenían razón y el desencuentro será mayor.
Esto no significa que tengamos que sospechar de todas las personas nuevas que conozcamos. De hecho, hacer esto podría llevar a crearnos instintos que ni siquiera existían en un primer momento.
Tampoco debe confundirse con juzgar a los demás por el envoltorio. De hecho, es todo lo contrario: tu instinto nunca formaría una opinión sobre alguien basándose en su estatus social o su apariencia.
3. Cuando escoges tu camino profesional.
A la hora de escoger tu camino profesional también es imprescindible olvidarse de las etiquetas.
Escoger tu carrera basándote únicamente en factores como el prestigio o la remuneración suele desembocar en frustración.
Aunque en un primer momento asegurar nuestra seguridad financiera pueda parecer lo más apropiado, si no sigues tus verdaderas pasiones a la larga acabarás teniendo la sensación de que simplemente dejas que la vida suceda en vez de vivirla.
Salir de los caminos más conocidos requiere valentía, pero tu instinto siempre te empujará hacia la dirección adecuada para alcanzar tu máximo potencial.
4. Cuando escoges pareja.
Las redes sociales, las páginas de contactos, las aplicaciones para ligar, las opiniones de los amigos... cuando buscamos pareja recibimos tantos estímulos que, a menudo, ignoramos nuestros instintos.
Pero no hay mejor consejera amorosa que nuestra propia intuición.
Nuestro instinto será el que nos dirá que hay algo distinto en esa persona, algo especial. Es probable que ni siquiera sea el tipo de persona que creías que buscabas, ni que reúna todas las condiciones que te habías impuesto, pero, de pronto, te sentirás cómodo y tendrás la sensación de que, finalmente, todo está en su sitio.
Esto se debe a que nuestro instinto nunca miente. Tu corazón solo ve y siente lo que quieres ver y sentir, y tu cabeza es capaz de justificarlo todo. Pero, por mucho que lo intentes, nunca podrás engañar a tus agallas.
5. Cuando escoges un lugar donde vivir.
Es lógico que, ante las decisiones más importantes de nuestra vida, tendamos a sobreanalizar las cosas.
Pero, por muchos cálculos y elucubraciones que hagas, al final será tu instinto el que te dirá si ese es el lugar apropiado para ti. Como en el caso de la pareja, es algo que se siente en el instante en que pones un pie en la vivienda.
Y una vez tu instinto se haya pronunciado lo mejor es hacerlo caso: diversos estudios han demostrado que, cuando se trata de grandes inversiones, las personas suelen estar más satisfechas con sus compras (o alquileres) cuando la decisión que tomaron tuvo en cuenta pensamientos impulsivos en vez de únicamente deliberaciones racionales.
6. Cuando sospechas que alguien te miente.
A todos nos ha pasado alguna vez: tenemos la sensación de que alguien no está siendo honesto con nosotros pero no sabemos explicar muy bien por qué.
Esto se debe a que, a la hora de desenmascarar a un mentiroso, las asociaciones automáticas suelen ser mucho más efectivas que nuestra mente consciente. De hecho, nuestras reflexiones lógicas pueden llegar a entorpecer el proceso de descubrir si nos están engañando.
Probablemente, la clave de este proceso vuelva a estar en nuestra memoria implícita. Gracias a los recuerdos inconscientes que almacenos a lo largo de los años, aprendemos a descifrar aquellos sutiles gestos, expresiones o inflexiones que indican que la otra persona no está diciendo la verdad.
Toda esta información acaba confluyendo en una suerte de radar interno que nos manda una señal de alarma cuando hay algo que no va bien.
7. Cuando tu cuerpo te manda señales.
Saber escuchar a nuestra intuición es especialmente útil para aprender a descifrar las señales que nos manda el cuerpo.
Y no necesariamente tiene que tratarse de problemas de salud.
Sentirse repentinamente cansado, por ejemplo, puede ser una señal de que estamos cerca de una persona que absorbe mucha más energía de la que nos da, o salir cada día agotado del trabajo puede significar que estés haciendo algo que, a la larga, desemboque en ansiedad o depresión.
Los síntomas físicos, pues, también pueden tener valor simbólico.
8. Cuando tu instinto quiera decirte algo.
Para poder seguir a tu instinto primero hay que estar dispuesto a escucharlo.
Nos pasamos la vida intentando tomar siempre la decisión correcta, y a menudo eso implica priorizar nuestro raciocino a nuestros impulsos. Pero, desgraciadamente, demasiado a menudo nos damos cuenta de que deberíamos haber hecho justo lo contrario.
No es cuestión de desconectar nuestros pensamientos, sino de atreverse a dejarse empujar por nuestra intuición.
Porque no hay peor sensación que lamentarse de no haberse escuchado a uno mismo.
Fuente: 8 momentos de la vida en los que siempre deberías seguir tus instintos
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