Internet ha cambiado la forma que tenemos de comunicarnos y, entre otras cosas, nos permite “acercar a los que están lejos”, haciéndoles partícipes de lo que estamos haciendo o dónde estamos gracias a la información que compartimos a través de redes sociales como Facebook, Foursquare o Twitter.
La telefonía móvil, gracias a smartphones y tabletas, también ha facilitado mucho esta conexión con nuestros contactos, haciendo posible que podamos compartir fotografías, vídeos, enlaces o ideas desde cualquier ubicación. Esta exposición de lo que hacemos, en cierta medida, es una carta de presentación de cómo somos y, por tanto, puede jugar a favor o en contra de nuestra reputación, algo que debemos velar y cuidar porque, en determinados casos, un mal tweet puede jugar en nuestra contra y podría pasarnos factura, por ejemplo, ante una entrevista de trabajo (salvo que estemos en Alemania donde este tipo de información no puede usarse para hacer una criba de candidatos en un proceso de selección).
Si el usuario debe ser consciente de la imagen pública que proyecta, ¿qué pasa cuando perdemos el control de nuestros perfiles sociales? Por increíble que pueda parecer, todavía son muchos los usuarios que no aplican ningún tipo de bloqueo de seguridad a su smartphone o a su tableta y, por tanto, si la pierden o son víctimas de un robo, cualquier persona podría acceder a la información almacenada en ésta o usar las aplicaciones instaladas (incluyendo las de redes sociales como Facebook, LinkedIn, Twitter o Google+).
Alguien con no muy buenas intenciones y acceso a nuestras cuentas podría realizar publicaciones sin nuestro consentimiento, molestar a nuestros contactos y, en definitiva, causar un gran daño a nuestra reputación; por tanto, los usuarios debemos poner de nuestra parte y evitar que este tipo de cosas sucedan y, en el caso de que ocurran, intentar minimizar el impacto de lo que pueda ocurrir.
Un robo de identidad consiste en el acceso no autorizado a alguno de nuestros perfiles en redes sociales, nuestra cuenta de correo o a nuestra cuenta corriente en el banco (si éste ofrece servicios de banca online); dicho de otra forma, un robo de identidad se produce cuando alguien es capaz de conseguir nuestro usuario y contraseña de un servicio o averiguar la respuesta a la “pregunta secreta” que muchos servicios implementan como proceso para recuperar la clave.
Una mala política de contraseñas (demasiado cortas, demasiado fáciles, vinculadas a datos personales, etc), usar Facebook o Twitter sin SSL en redes Wi-Fi abiertas, compartir la contraseña con otros usuarios (y pelearnos con ellos), anotar la contraseña en el terminal móvil o en un trozo de papel, configurar “preguntas secretas” demasiado sencillas (para salir del trámite) o dejarnos la sesión abierta en un equipo de acceso público son algunas de las malas prácticas que debemos evitar y que, si las seguimos, pueden ponérselo demasiado fácil a aquéllos que quieran realizarnos “alguna trastada” en nuestros perfiles.
La única forma de darnos cuenta de que nos han robado nuestra identidad, desgraciadamente, es de manera reactiva, es decir, cuando ya ha sucedido y comenzamos a ver publicaciones extrañas, nuestros amigos nos avisan de que algo raro ocurre o, algo mucho peor, por mucho que introducimos la contraseña de nuestra cuenta de correo, ésta es inválida (aunque tengamos la certeza de que era correcta). Ante una situación como ésta es bastante lógico ponerse nervioso y que un escalofrío recorra nuestro cuerpo; no es para menos porque podría darse el caso que alguien entrase en nuestra cuenta de LinkedIn y le dijese alguna cosa nada amistosa, por ejemplo, a nuestro jefe; sin embargo, es muy importante no perder la calma y actuar con celeridad.
Si el usuario debe ser consciente de la imagen pública que proyecta, ¿qué pasa cuando perdemos el control de nuestros perfiles sociales? Por increíble que pueda parecer, todavía son muchos los usuarios que no aplican ningún tipo de bloqueo de seguridad a su smartphone o a su tableta y, por tanto, si la pierden o son víctimas de un robo, cualquier persona podría acceder a la información almacenada en ésta o usar las aplicaciones instaladas (incluyendo las de redes sociales como Facebook, LinkedIn, Twitter o Google+).
Alguien con no muy buenas intenciones y acceso a nuestras cuentas podría realizar publicaciones sin nuestro consentimiento, molestar a nuestros contactos y, en definitiva, causar un gran daño a nuestra reputación; por tanto, los usuarios debemos poner de nuestra parte y evitar que este tipo de cosas sucedan y, en el caso de que ocurran, intentar minimizar el impacto de lo que pueda ocurrir.
Un robo de identidad consiste en el acceso no autorizado a alguno de nuestros perfiles en redes sociales, nuestra cuenta de correo o a nuestra cuenta corriente en el banco (si éste ofrece servicios de banca online); dicho de otra forma, un robo de identidad se produce cuando alguien es capaz de conseguir nuestro usuario y contraseña de un servicio o averiguar la respuesta a la “pregunta secreta” que muchos servicios implementan como proceso para recuperar la clave.
Una mala política de contraseñas (demasiado cortas, demasiado fáciles, vinculadas a datos personales, etc), usar Facebook o Twitter sin SSL en redes Wi-Fi abiertas, compartir la contraseña con otros usuarios (y pelearnos con ellos), anotar la contraseña en el terminal móvil o en un trozo de papel, configurar “preguntas secretas” demasiado sencillas (para salir del trámite) o dejarnos la sesión abierta en un equipo de acceso público son algunas de las malas prácticas que debemos evitar y que, si las seguimos, pueden ponérselo demasiado fácil a aquéllos que quieran realizarnos “alguna trastada” en nuestros perfiles.
La única forma de darnos cuenta de que nos han robado nuestra identidad, desgraciadamente, es de manera reactiva, es decir, cuando ya ha sucedido y comenzamos a ver publicaciones extrañas, nuestros amigos nos avisan de que algo raro ocurre o, algo mucho peor, por mucho que introducimos la contraseña de nuestra cuenta de correo, ésta es inválida (aunque tengamos la certeza de que era correcta). Ante una situación como ésta es bastante lógico ponerse nervioso y que un escalofrío recorra nuestro cuerpo; no es para menos porque podría darse el caso que alguien entrase en nuestra cuenta de LinkedIn y le dijese alguna cosa nada amistosa, por ejemplo, a nuestro jefe; sin embargo, es muy importante no perder la calma y actuar con celeridad.
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