Minuto 0: Sueño ligero (Fase 1)
Nos relajamos y lentamente nos sumimos en la oscuridad. Nuestros músculos se aflojan, la respiración y el pulso se ralentizan y los ojos comienzan a moverse muy despacio. El cerebro cambia de sintonía, de las ondas alfa a las theta. Es la Fase 1 del sueño, un adormecimiento ligero que viene y se va en oleadas. Cualquier interferencia externa, como un ruido, puede despertarnos. Pero las molestias no solo vienen de fuera. De repente, en el dulce limbo del sopor, una sacudida en las piernas nos saca violentamente de la modorra. Son los espasmos mioclónicos, a menudo acompañados por una inquietante sensación de caer al vacío que tratamos de evitar con un amago de salto, y que se traduce en una patada a quien duerme junto a nosotros.
Según la Clasificación Internacional de Desórdenes del Sueño (ICSD), de un 60 a un 70% de la población sufre espasmos mioclónicos, pero se trata de un proceso normal siempre que no impida dormir. Sin embargo, su significado es incierto. Según una teoría, es la parte del cerebro encargada de la vigilia que lucha para no perder el control. Una curiosa hipótesis alega que es un resto evolutivo de cuando dormíamos en los árboles y corríamos el riesgo de caer al suelo.
La sensación de caída es una de las alucinaciones hipnogógicas, que experimentamos en la transición de la vigilia al sueño y que pueden presentarnos un variado menú de sensaciones visuales, auditivas o de otro tipo, no siempre gratas. Una forma particular es lo que se conoce popularmente como Efecto Tetris, el que sufrían los adictos a este videojuego cuando cerraban los ojos y veían caer las piezas. Curiosamente ocurre también con otros juegos como el ajedrez, o con cualquier actividad que deja una huella sensorial intensa, como esquiar o navegar.
Otra manifestación alucinatoria se presenta en forma de ruido potente, como una explosión, el timbre de la puerta, un portazo, un disparo o cualquier otro estruendo. En realidad el sonido solo existe dentro de nuestra mente, aunque el nombre del fenómeno no es precisamente tranquilizador: Síndrome de la Cabeza Explosiva. El psicólogo clínico de la Universidad Estatal de Washington (EEUU) Brian Sharpless apunta que aún se ha investigado poco, aunque se manejan cifras de prevalencia en torno al 10% o superiores. Un reciente estudio de Sharpless ha revelado que no solo afecta a los mayores de 50 años como se creía, sino también a personas jóvenes. Según explica este experto a El Huffington Post, el síndrome "es físicamente inofensivo". "Solo se convierte en un problema si alguien lo padece en tal grado que afecta al sueño, o le angustia tener un episodio, o cree erróneamente que le sucede algo grave". Sharpless señala que en ocasiones desaparece simplemente informando al paciente de que no hay motivo para preocuparse. "En la mayoría de los casos, es simplemente una experiencia inusual que ocurre de vez en cuando".
Minuto 10: Fase 2
Si hemos logrado superar la primera etapa y tenemos ganas de continuar, unos 10 minutos después entraremos en la Fase 2, la más larga y relativamente sosegada; perdemos la consciencia de nuestro entorno, los ojos detienen su movimiento, el ritmo cardíaco y la respiración son apacibles, la temperatura corporal y la presión sanguínea se reducen, y los músculos permanecen relajados. Nuestro cerebro, libre de fantasías y alucinaciones, cae en un remanso de tranquilas ondas theta, solo interrumpidas por algunos acelerones llamados husos y por repentinos saltos llamados complejos K. Este sueño reparador nos ocupa aproximadamente el 50% de todo el ciclo. Aquí estamos a salvo.
Minuto 60: Sueño profundo (Fase 3)
Después de un tranquilo curso por la Fase 2, una hora después de dormirnos entramos en el sueño profundo, con su ocasional ración de ronquidos que son más frecuentes en este período. En la Fase 3 recargamos las pilas, el sistema hormonal se reajusta y nuestro cerebro se mece en un lento oleaje de ondas delta, amplias y profundas. Parece que por fin estamos sumidos en ese plácido descanso del que nos cuesta despertar, y que dormiremos a pierna suelta el resto de la noche. Nada más lejos de la realidad: lo peor está por llegar. Aquí comienza el territorio preferido de las parasomnias, los trastornos del sueño.
Esta es la fase en la que solíamos mojar la cama cuando éramos niños. Pero esto no es más que una leve molestia en comparación con la posibilidad de incorporarnos de repente en plena noche, sudorosos y chillando aterrorizados. No son pesadillas, que aparecerán en una fase posterior, sino algo aún más siniestro, que ocurre sobre todo en la infancia y suele remitir en la adolescencia: los terrores nocturnos. Hasta un 5% de los niños los padecen, descendiendo a un 1-2% en la edad adulta. Según el doctor Suresh Kotagal, neurólogo pediátrico del Centro de Medicina del Sueño de la Clínica Mayo (EEUU), un estudio amplio reveló que hasta el 80% de los niños pueden sufrir alguna parasomnia aislada, y que no hay de qué preocuparse si se trata de fenómenos aislados.
Para los padres, un terror nocturno es una experiencia angustiosa, sobre todo cuando los niños no parecen reconocerles y no responden a los intentos de consuelo. ¿Qué hacer en estos casos? Kotagal ofrece a este diario unas instrucciones para los padres: "Deberían tratar de permanecer tranquilos, asegurarse de que el niño o niña no está en un entorno donde pueda dañarse, como cerca de una escalera. El terror seguirá su curso y parará, generalmente en unos minutos. No hay medicación ni se requiere intervención. De hecho, tratar de despertar al niño podría empeorar su comportamiento". Por fortuna, lo más habitual es que a la mañana siguiente los pequeños no recuerden nada del episodio.
Un caso parecido es el sonambulismo, que también afecta con más frecuencia a los niños. Los sonámbulos deambulan en un estado de consciencia alterada durante el cual pueden realizar tareas imaginarias o reales, tan simples como abrir un cajón o tan complejas como limpiar la casa. Se han descrito casos curiosos, como el de una mujer que enviaba correos electrónicos, y según la ICSD hay informes de homicidios y suicidios cometidos durante un episodio. En realidad son los propios sonámbulos quienes corren más peligro, sobre todo cuando les da por cocinar, salir a la calle o conducir. Kotagal aconseja no tratar de despertarlos, sino simplemente intentar conducirlos hacia un entorno en el que estén seguros.
En algunos casos, el sonámbulo tiene un único objetivo fijo: el sexo. Esta variante, llamada sexsomnia, tiene evidentes complicaciones, ya que se han registrado agresiones sexuales y violaciones. Otra situación particular es la de los sonámbulos con trastorno alimentario que se dedican a saquear la nevera, llegando a consumir alimentos crudos o congelados. Menos dañinos para sí y para otros son los somnílocuos, que se limitan a hablar en sueños. Su repertorio puede variar desde los balbuceos ininteligibles hasta, por ejemplo, narrar partidos de fútbol. Fue muy popular en internet el caso del británico Adam Lennard, cuya esposa registraba e incluso convirtió en negocio las frases que su marido pronunciaba en sueños: "Me arrancaría la piel a tiras y bañaría mi carne viva en vinagre antes que pasar el tiempo contigo".
Minuto 80: Fase REM/MOR
Al terminar la Fase 3, se acabó lo que entendemos por descanso. De repente, la respiración y el ritmo cardíaco se agitan, los ojos se disparan en todas direcciones, el pene o el clítoris se endurecen, y nuestro cerebro entra en una actividad frenética que justifica el sobrenombre de este período: sueño paradójico. Pero es más conocido por su nombre formal, Fase de Movimiento Ocular Rápido (MOR o REM, por sus siglas en inglés).
Bienvenidos al reino de la fantasía. En la Fase REM/MOR entran los sueños, pero también las pesadillas. Aquí es donde nos persigue el saltimbanqui con la sierra mecánica o caminamos desnudos por Constantinopla. La mente se abre a toda clase de figuraciones estrafalarias, tan vívidas que si son de contenido sexual pueden acabar en orgasmo, algo frecuente durante la adolescencia. De hecho, los sueños son tan reales que el cerebro debe desconectarnos el cuerpo para evitar que hagamos teatro. Durante esta fase nuestros músculos voluntarios se paralizan; si no ocurre así, tenemos un trastorno de conducta del sueño REM. Según la Academia de Medicina del Sueño de EEUU, este fenómeno se diferencia del sonambulismo en que los ojos suelen estar cerrados, no hay sexo real ni comida, y los sujetos no suelen abandonar la cama; salvo que, por ejemplo, lo hagan para "recibir el pase ganador del touchdown" o para escapar de un atacante.
Pero si la actuación es violenta, alguien puede salir herido. El doctor Michael Silber, neurólogo del Centro de Medicina del Sueño de la Clínica Mayo (EEUU), apunta que de un 32 a un 76% de los casos resultan en daños personales, y que en un 11% de las ocasiones se precisa atención médica. "Los daños incluyen laceraciones, moratones, fracturas de extremidades y hematomas subdurales (coágulos de sangre en la superficie del cerebro)", enumera Silber. Pero los afectados no solo pueden autolesionarse, sino también lastimar a otros: "El 64% de los compañeros de cama informan de haber sido asaltados inadvertidamente, y muchos informan de daños. Estos pueden proceder de puñetazos, bofetadas, patadas, tirones de pelo e intentos de estrangulación". Al menos, a los afectados se les puede sacar fácilmente de su mundo onírico. "Si se les puede despertar con seguridad, esta es la mejor opción, pero antes el compañero o compañera debe alejarse por su propio bien", concluye Silber.
Otro caso es justo el contrario: despertar y no poder romper la inmovilidad del sueño REM. La llamada parálisis del sueño es terrorífica; a menudo los afectados sufren al mismo tiempo alucinaciones de apariciones monstruosas que les oprimen el pecho y les impiden respirar. Se trata de un fenómeno conocido desde antiguo, ya descrito por el médico persa Akhawayni en el siglo X. Los estudios apuntan que algunas alucinaciones asociadas a este trastorno son la explicación de ciertas experiencias consideradas paranormales en distintas culturas, como las abducciones alienígenas, los ataques de demonios íncubos o los viajes extracorpóreos. Y lo más inquietante es que, según la ICSD, entre el 40 y el 50% de la población experimenta parálisis del sueño al menos una vez en la vida. Según Sharpless, que en junio publicará un libro titulado Sleep Paralysis: Historical, Psychological, and Medical Perspectives (Oxford University Press, 2015), "si sufres un episodio, lo mejor es que intentes relajarte y te digas a ti mismo que no es peligroso, que trates de mover repetidamente una pequeña parte de tu cuerpo para romper la parálisis (como un dedo de la mano o del pie), y que reconozcas que las alucinaciones no son reales".
Minuto 100: Fin del ciclo... y vuelta a empezar
Terminamos un ciclo completo de sueño; total, entre 90 y 110 minutos. En este momento podemos despertar, y si lo hacemos tal vez suframos de nuevo alucinaciones similares a las hipnogógicas, que en este caso se llaman hipnopómpicas. Pero no han pasado ni dos horas desde que nos acostamos, y la noche es larga. Lo normal es que al final del sueño REM entremos de nuevo en la Fase I, y vuelta a empezar. Si es que nos quedan ganas después de todo lo anterior.
Fuente: http://adictamente.blogspot.com.es
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