A finales de los 90 internet ya era una realidad palpable, pero la mayoría de los usuarios se conectaban a través de módems o de redes empresariales con conexiones Ethernet a 10 Mbps. Necesitábamos una alternativa, y varias empresas abogaron por la creación de un estándar inalámbrico universal: aquella idea acabaría convirtiéndose en lo que hoy conocemos como las conexiones Wi-Fi.
El éxito de los estándares de la familia 802.11 no fue inmediato, y de hecho una tecnología competidora amenazaba con llevarse el gato al agua. HomeRF, por la que apostaron inicialmente Microsoft, IBM, Intel HP o Compaq estuvo a punto de imponerse aun siendo mucho menos versátil. Afortunadamente no lo hizo.
Los orígenes de HomeRF
En 1997 se creó el llamado Home Radio Frequency Group, un consorcio formado inicialmente por Intel, Siemens AG, Motorola, Philips y una empresa especialmente importante, Proxim Wireless. Esta última era la responsable de desarrollar tanto los chips inalámbricos que usaban el resto de compañías como productos que competían precisamente con los de otros fabricantes pertenecientes al consorcio.
El desarrollo de la especificación estaba orientado no a las empresas, sino a los hogares, y aprovechaba una serie de estándares inalámbricos combinando tecnologías de la banda de los 2,4 GHz como el estándar 802.11FH y DECT, que en aquella época era el estándar de telefonía digital sin cables más popular del mundo.
La tecnología lograba una calidad de servicio y una inmunidad a las interferencias notable en comparación con los problemas que afectarían inicialmente a los estándares 802.11b y 802.11g, y pronto se convirtió en un desarrollo popular en la industria: en su momento álgido más de 100 empresas se unieron al consorcio, y entre ellas estaban gigantes como IBM, HP, Compaq o Microsoft.
En el año 2000, de hecho, el estándar HomeRF dominaba el 95% del aún reducido mercado de las conexiones inalámbricas, y de hecho tenía ventajas interesantes como una tecnología de salto de frecuencias adaptativo que contribuía a ofrecer una seguridad mayor que la que se propuso para el protocolo WEP del estándar 802.11.
Más importante aún era el coste de estas soluciones: los puntos de acceso pronto se pudieron conseguir por debajo de los 100 dólares cuando las tarjetas Wi-Fi de la época costaban 250 dólares y un punto de acceso llegaba a costar 1.500 dólares.
Uno de los problemas de HomeRF, no obstante, residió en que solo Proxim proporcionaba los chipsets que necesitaban el resto de fabricantes, pero esos fabricantes también competían con los propios productos de Proxim, lo que creó un conflicto que acabó siendo insalvable. A ello se unió el hecho de que HomeRF no tenía detrás a un organismo estandarizador, lo que acabó provocando su declive.
Inicios titubeantes de una tecnología Wi-Fi que acabó triunfando en el mercado
El otro culpable de ese declive fue, claro está, el estándar 802.11. Mientras HomeRF se comía el mercado en Estados Unidos un grupo de ingenieros creyeron que había una alternativa posible.
Apple, Dell o Nokia fueron algunas de las empresas implicadas en aquellos inicios titubeantes de 1999. El 15 de septiembre de aquel año ocho expertos se reunieron en el Atlanta Convention Center ante una audiencia de 60 personas para hablar de un proyecto de conectividad inalámbrica.
Por entonces la Wi-Fi Alliance se llamaba WECA (Wireless Ethernet Compatibility Alliance), y sus responsables anunciaron la puesta en marcha del estándar IEE 802.11 Hight Rate (HR), que bautizaron como Wi-Fi con una analogía a Hi-Fi (alta fidelidad). La idea ofrecer una velocidad de transferencia de hasta 11 Mbps y el uso de la banda de los 2,4 GHz.
Los problemas del estándar aparecieron pronto tanto en su funcionamiento. Las velocidades se degradaban rápidamente con la distancia, las interferencias eran numerosas y además el precio de los dispositivos era elevado. En cierto momento el nombre de Wi-Fi ni siquiera estaba sobre la mesa, y de hecho la tecnología estuvo a punto de llamarse "FlankSpeed".
Afortunadamente la segunda generación del estándar 802.11b, fue impulsada por 3Com y sobre todo por el trabajo de dos empresas críticas para su desarrollo final, Lucent Technologies y Harris Semiconductor. Además el estándar 802.11b tuvo el acierto de estar orientado tanto a empresas como a usuarios finales, mientras que HomeRF estaba destinado a escenarios domésticos.
El anuncio de la puesta en marcha del estándar Wi-Fi aquel septiembre de 1999 convirtió el esfuerzo en una garantía para muchas empresas que comenzaron a sumarse a ese esfuerzo incluso estando también detrás del desarrollo de HomeRF.
Microsoft e Intel cambiaron de bando y se pasaron a trabajar en el estándar Wi-Fi, y pronto se vio que la conectividad inalámbrica era mucho más relevante para las empresas que para los usuarios en esos primeros tiempos: en el año 2000 el 86% de los dispositivos Wi-Fi estaba en todo tipo de compañías.
Eso permitió que Wi-Fi fuera avanzando de forma notable y que el coste de sus soluciones se redujese notablemente. La Wi-Fi Alliance y la IEEE lograron pulir las siguientes versiones, y aunque no todo fue perfecto, ni mucho menos -sus protocolos de seguridad han ido cayendo uno tras otro- la conectividad inalámbrica ha conquistado a todo el mundo y ahora se prepara para la transición a Wi-Fi 6 (802.11ax), una versión que demuestra todo lo que ha llovido en 20 años.
De aquellos 11 Mbps de velocidad del estándar 802.11b hemos pasado a los 9 Gbps máximos de Wi-Fi 6, con más cobertura y más seguro que cualquiera de sus antecesores.
Jeff Abramowitz, uno de los autores del estándar original, contaba cómo en esa historia ha habido héroes inesperados como la FCC -que habilitó nuevas bandas de frecuencia- o Apple, que lanzó al mercado el primer portátil con Wi-Fi. Lo hicieron con su iBook de 1999, aunque como el propio Abramowitz reconoce, ni siquiera lo llamaron así: Apple se negó a usar aquel nombre durante años, y se refería a esta capacidad siempre con su nombre comercial propio, AirPort.
Muchos llegaron después para ofrecer todo tipo de equipos y dispositivos con conectividad inalámbrica, y pronto el logotipo de Wi-Fi se convirtió en uno de los más conocidos incluso para profanos del mundo tecnológico. Su triunfo ha sido absoluto, pero pudo no serlo: el mundo probablemente sería muy distinto (y peor) en este ámbito si HomeRF hubiera ganado esa batalla.
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