jueves, 16 de enero de 2020

¿POR QUÉ EL HIJO CON EL QUE MÁS DISCUTES ES EL QUE MÁS SE PARECE A TI?




La vida familiar constituye una de las experiencias más estresantes que puedan existir y exige grandes capacidades de adaptación, de paciencia, de amor y de tolerancia por los múltiplos desafíos que se deben afrontar.
Las mujeres que hemos optado por una vida de familia, sabemos bien de qué se trata todo esto. Ninguna de nosotras tuvo un manual para aprender cómo llevar adelante las dificultades que se originan entre todos los miembros de la familia, pero el instinto maternal y la capacidad de adaptación a los cambios, hacen que las mujeres podamos manejar situaciones complejas.



Desde la infancia hasta la edad adulta, la vida familiar sufre cambios de manera permanente. En cada ciclo de la vida, debemos adaptarnos a las distintas etapas y debemos lograr conciliar necesidades de todo tipo.
Entonces, vemos cómo los conflictos familiares a veces son inevitables: levantarse cada día, acostarse cada noche, las comidas, las tareas escolares, la participación en las tareas domésticas, los horarios que se deben respetar… Son muchas las ocasiones en las que se desencadenan conflictos que en definitiva son normales y que encontramos en todas las familias.
Los padres debemos enfrentarnos a desafíos muy complejos como encontrar el equilibrio justo entre la autoridad y la permisividad. Cuándo decir sí, cuándo decir no, establecer exigencias claras, inspirar respeto y lograr que nuestros pedidos se cumplan.
Esto suena muy difícil viéndolo de esta manera, pero ya habrás podido comprobar dentro de tu propia familia que todos en mayor o menor medida logramos adaptarnos a estos ritmos porque todos como padres tenemos un instinto natural que nos hace poder cumplir con las tareas de educación de manera apropiada.
Pero, ¿qué sucede cuando nuestros niños no aceptan adecuarse a las reglas? Surgen los conflictos entre padres e hijos y nos encontramos de pronto yendo al choque y discutiendo prácticamente por todo.
Sorprendentemente, muchos de los planteos de nuestros hijos se basan en rasgos de la personalidad que están estrechamente ligados a los de sus propios padres.
Es el efecto que criticamos y nos molesta de otros, es posible que también lo tengamos nosotros y precisamente por eso lo notamos rápidamente y nos revelamos contra él. Entonces, cuando alguno de esos defectos que tenemos lo hemos transmitido a nuestros hijos o simplemente, por ser carne de nuestra carne, han incorporado un rasgo de nuestra personalidad, no es de extrañar que ese hijo en particular sea con quien más dificultades tenemos a la hora de ponernos de acuerdo.



Discutir, también puede ser bueno.
A no desesperar… Cuando nuestros hijos se revelan, también puede ser algo positivo y te contamos porqué.
Un estudio publicado en el diario Child Development, afirma que cuando nuestros hijos no discuten nuestras reglas o se revelan frente a una orden, esto puede llevar a generar una menor resistencia frente a la presión de otros, del mundo exterior. Por ejemplo, un adolescente que nunca se revela con sus padres, tampoco se revelará cuando inescrupulosos les ofrezcan tabaco, alcohol o drogas.
Los padres que se sienten contentos porque sus hijos adolescentes son obedientes, tal vez deberían preocuparse. Estos niños probablemente adopten la misma actitud de obediencia frente a sus amigos y les cueste rebelarse ante una injusticia, pasando a ser posibles víctimas de acoso escolar.
Es una característica típica de los preadolescentes y adolescentes, rebelarse frente a la autoridad y querer afirmar sus propias elecciones. Debemos sentirnos felices de tener hijos que no aceptan de buen grado absolutamente todo lo que se les impone, porque eso indica que serán capaces de negarse a hacer algo que no quieren hacer.
Ahora bien, rebelarse contra las imposiciones no quiere decir faltar el respeto. Si obedecer de manera ciega no está bien, el conflicto permanente y la disputa agresiva tampoco es lo que buscamos. Las discusiones a menudo suben de tono y si los adultos no les ponemos un freno, difícilmente los adolescentes puedan hacerlo. Esta actitud agresiva y dominante hacia los padres puede generalizarse y extenderse hacia los amigos, algo que le impedirá mantener buenas relaciones en el futuro.
Escuchar sin ceder.
Y entonces nos enfrentamos a la pregunta del millón: ¿qué hacer?
Debemos darles a nuestros hijos la posibilidad de expresar su negativa y evitar castigarlos en cuanto dicen “no” a algo, porque si no, lograremos que no expresen su desacuerdo en lo sucesivo.
Por el contrario, debemos darle valor a esta negativa de obedecer ciegamente sin necesariamente ceder. ¡Debemos escuchar más! La idea es estimular a nuestros hijos para expresen su punto de vista, mediante preguntas abiertas, sin que emitamos nosotros nuestra opinión o nuestro juicio.
En lugar de decir, “¿cómo puedes decir esto?”, sería mejor cambiarlo por, “ah, ¿sí? ¿Y por qué piensas eso?”. En lugar de manipular con amenazas de castigos, es mejor el diálogo benevolente, el interés y la comprensión. ¡Tus hijos lo valorarán, no tengas dudas!
Esta relación de igual a igual, de intercambio y de diálogo no debe impedir que exista la autoridad parental. Los padres no pueden ser autoritarios de la mañana la noche, sino que deben definir un cuadro de normas de la casa que deben permanecer firmes. Es decir, no podemos discutir permanentemente las razones por las cuales nuestro hijo debe colaborar con alguna tarea doméstica simple como por ejemplo, poner la mesa.
Luego del intercambio de opiniones, los adultos pueden tomarse un tiempo para explicar por qué han tomado esta decisión aunque a nuestros hijos les haya parecido arbitraria.
Como conclusión podemos obtener una idea clara de que la discusión entre padres e hijos es beneficiosa para ambos, siempre y cuando los padres se mantengan firmes en lo que plantean, pero sin caer en el autoritarismo o por el contrario, en la permisividad absoluta. Como padres, debemos ser capaces de generar diálogo con nuestros hijos y de allí sólo saldrán cosas buenas, e incluso maravillosas.

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