El capitalismo como el sistema económico que rige a la sociedad actual ha logrado transformarse en una suerte de sentido común y organizar a las comunidades de tal modo que, en absoluto, nada escapa a sus tenebrosas garras. El consumo excesivo, el enaltecimiento a la comodidad materialista, la búsqueda constante de un aumento de la riqueza monetaria y, ante todo, la necesidad de un tipo muy específico de felicidad, se convierten en lo que toda persona quiere en este momento histórico y olvida por completo temas como la creciente desigualdad social o problemas más comunes, tales como el estado psicológico de una sociedad que se lanza vertiginosamente al mero disfrute de aquello que el mercado ofrece como la panacea de la existencia humana.
Así, en un panorama poco alentador aparecen de forma constante piezas publicitarias en las que se enaltece a la felicidad, bien sea de forma directa o indirecta, como un algo materializable tras consumir o portar un producto concreto, un ejemplo claro de ello es la campaña de cierta marca de refresco en la que se partía de la afirmación de que su bebida contenía la "fórmula de la felicidad", algo que parece un tanto absurdo; sin embargo, como campaña publicitaria se sostuvo en el tiempo; en otras, las imágenes son mucho más sutiles y simplemente señalan escenas de alegría desenfrenada o comparativas entre un rostro triste sin el producto y otro muy feliz con él, todo ello es parte de un mismo discurso: la felicidad se convierte en una rutina de consumo y nada más.
De acuerdo con lo que se ha dicho antes, es posible pensar que la ligereza que existe hoy en torno a la felicidad corresponde no sólo a una jugada del capitalismo y una despreocupación humana por la realidad, también hay un punto de más en el poco trabajo intelectual, relevante, que se da sobre el tema, tal parece que en todos los campos existe ese acuerdo de la felicidad como producto y no como un impulsor de algo más, sólo hay que pensar en ciertas producciones cinematográficas, en las cuales los éxtasis de la existencia son representados por marcas muy concretas que sólo buscan reforzar y hacer cada vez más profunda la sensación de que todo siempre ha sido así y que la comercialización de las emociones es lo más natural de la vida, una rutina que se personifica día tras día en estados de Facebook, historias de Instagram o Trinos que se convierten pronto en trending topic y se transforman en la máxima expresión de lo que es ser humanos.
Se ha llegado al punto en que las cámaras fotográficas están configuradas de tal forma que al detectar una sonrisa capturan la toma, ¿para qué se desea esa mera apariencia de alegría? ¿por qué hacer rutinario algo tan complejo y profundo? Es sencillo pensar que todo aquello que genera algún tipo de placer se convierte en presa fácil del consumo y el mercado; sin embargo, esa rutina poco a poco se descubre y se transforma en una mentira que se ha repetido muchas veces dirigiéndose de manera inevitable a transformarse en una crisis social de magnitudes inimaginables, sólo hay que ver cómo año tras año índices como los del suicidio comienzan a aumentar sin mayores explicaciones o cómo en países como China se hace necesario construir masivamente muñecas sexuales, con la intención de apaciguar el estado de soledad de una sociedad que está hundida en la mercantilización y el ocultamiento de otros sentimientos como la tristeza.
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