Un mal día lo tiene cualquiera, sí, pero también puede modificar al completo la semana. Afecta directamente a nuestro estado de ánimo, lo que a su vez repercute en nuestra manera de relacionarnos con nuestra familia y amigos. Nos convierte en personas irascibles y negativas, con las que es incómodo o cansado comunicarse.
Lo más incómodo de tener un mal día es el contacto con otras personas. Por un lado, necesitamos desahogarnos, pero no queremos cargar a los demás con nuestros problemas, lo que hace que nos frustremos aún más.
¿Qué hace que tengamos un mal día?
Existen numerosos condicionantes de un mal día. Desde un café derramado por la camisa que nos acabamos de poner hasta una discusión temprana con tu pareja. En el trabajo suelen darse condicionantes también: un atasco antes de llegar, una fecha límite cercana, una máquina estropeada, un comentario desafortunado… Todos estos factores, si se suman, afectan directamente a nuestra calma y, en función de nuestros niveles naturales de estrés, nos hará explotar en algún momento.
¿Cómo solucionarlo?
Identifica los condicionantes
Cómo hemos dicho, son los detalles los que, en suma, hacen de nuestro día un “mal día”. Cuando consideramos que tenemos un mal día, lo hacemos basándonos en hechos o circunstancias sobre los que ponemos nuestra atención, sobredimensionándolas en importancia; sin embargo, no constituyen más que eso, detalles. En el momento en el que entendemos que los eventos que debemos considerar importantes son otros, empezaremos a restarle importancia a los infortunios.
Preocúpate de lo importante
De esta manera, hay hechos y circunstancias que merecen nuestra atención, e incluso que lleguemos a preocuparnos. Sin embargo, hay muchos otros que no la merecen y que, por nuestra fijación en ellos, terminan arruinándolos el día y provocando un desequilibrio desequilibrio emocional importante.
Deja a un lado lo no prioritario
En muchas ocasiones, y bajo el paraguas de un estado de ánimo de valencia negativa, muchos de nosotros tendemos a sobredimensionar la importancia de los eventos negativos, cuando muchas veces constituyen nimiedades. Todo se basa en nuestra lista de prioridades. ¿Por qué poner por delante algo a lo que normalmente, cuando todo sale según lo esperado, no prestamos atención?
Para ayudar a que esto no pase, es fundamental tener claro qué nos importa, qué queremos que funcione correctamente y a qué no queremos renunciar.
Disfruta de lo que te gusta
Relacionado con el punto anterior, en los primeros puestos de nuestra lista de prioridades deberían estar nuestras aficiones o actividades favoritas, aquellas con las que disfrutamos y que nos hacen felices.
Contribuir a un buen estado de ánimo ayudará a terminar con las emociones negativas. Ya sea dar un paseo por tu lugar favorito, encerrarte a leer un buen libro, cocinar esa receta que tanto te gusta o quedar con tu persona favorita, hacer lo que nos gusta, por efímero que sea, ayuda en gran medida a levantar nuestro ánimo.
Haz ejercicio
Cualquier clase de ejercicio físico hace que nuestro cuerpo libere endorfinas, hormonas de la felicidad, las causantes de la felicidad que nos invade tras una buena sesión de entrenamiento.
Además de estar ayudando a segregar esta hormona, el ejercicio, sobre todo cuando es dirigido (como en una clase de gimnasio), nos ayuda a desconectar. Así, relajamos la mente y nos concentramos en realizar una actividad que absorbe toda nuestra atención, dejando a un lado el temor al futuro que nace de esos problemas anticipamos.
Sonríe para ser feliz
Quizás la sonrisa es la expresión más genuina de la felicidad. Además, existen estudios que demuestran que adoptando la expresión característica de una determinada emoción, podemos llegar a un estado emocional de la misma valencia que esa emoción. Esto significa que sentirnos felices nos hace sonreír, y que sonreír nos hace sentirnos felices.
Los estudios nos dicen que la posición de nuestra boca (la sonrisa) hace que el cerebro genere dopamina, otra hormona de la felicidad. Para “engañar” de esta forma a nuestro cerebro, podemos adoptar la sonrisa durante unos segundos, o medio minuto, el suficiente para que la dopamina aparezca. Podemos ayudarnos también de un lápiz para fijar la postura.
En definitiva, es importante no dejarnos llevar por las emociones negativas ocasionadas por detalles que desembocan en lo que llamamos “mal día”. Existen otros aspectos de nuestra vida que son realmente negativos, y si dejamos que los detalles nos influyan, difícilmente soportaremos los problemas reales. Asimismo, atender a lo que nos provoca un mal día puede impedirnos ver lo positivo en nuestra vida, que es mucho.
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com
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