jueves, 19 de septiembre de 2019

CONSENTIR A LOS NIÑOS NO ES QUERERLOS, ES MALCRIARLOS


En un artículo publicado por el diario español ABC, la psicóloga y escritora María Jesús Álava Reyes comenta su inconformidad con una recomendación que se ha extendido entre algunos pediatras y que ha pasado a ser “principio fundamental” entre muchos padres como regla de oro para una crianza con amor:  



Al niño, lo que pida
Para Álava Reyes, esta forma de pensar conduce a malcriar a los niños haciendo de ellos personas incapaces de experimentar satisfacción o gratitud, pero sí expertos en generar exigencias desmedidas y una búsqueda implacable de placer.
Muchos padres caen en el error de pensar que darle gusto a sus hijos en todo es sinónimo de amor incondicional. Según el psicólogo infantil Sergi Banús, ceder indiscriminadamente ante las demandas de los niños es omitir una etapa de aprendizaje general muy importante: el manejo de la frustración.
Cuando los adultos constatamos que un deseo o necesidad se ha vuelto imposible de satisfacer, experimentamos tristeza, ira o decepción que, en un escenario de inteligencia emocional óptima, sabemos manejar y enfocar constructivamente hacia otras posibilidades.
En los niños, la frustración se manifiesta de forma primitiva en la primera infancia (0-8 años) a través de la ira; no obstante, si apartamos a nuestros hijos del mundo real acostumbrándolos a recibir placer y satisfacción en todo momento, los educamos para ser propensos a una respuesta agresiva más violenta en la vida adulta cuando sientan que sus demandas no están siendo atendidas.
Los preparamos para un mundo ficticio, y el mundo real lo lastimará.
“Su grado de frustración será tan grande que llegará a ser agresivo porque no ha aprendido a manejar sus frustraciones ni sus emociones, y no conoce otra forma de lograr sus objetivos. Por ello, estamos contribuyendo a que nuestros hijos sean adolescentes deprimidos”, explica Banús.

Consentir en exceso a nuestros hijos los hiere a ellos y a los demás

Las consecuencias de mimar demasiado a los niños no solo crean barreras para su crecimiento personal, afectan a largo plazo a quienes los rodean: familia, amigos y futuras parejas.
Los niños que no aprenden a lidiar adecuadamente con la frustración desarrollan una baja tolerancia a ella (BTF), también conocida como “no soportitis”, y una falta de empatía que frena su integración social.
La experta en educación infantil Rosa Barocio comenta que los niños consentidos o mimados son el resultado de “padres permisivos” que no cuentan con una estructura de crianza clara y corren a satisfacer cualquier capricho o demanda.
Bajo estas condiciones, los niños crecen siendo incapaces de ponerse en el lugar de los demás o considerar sus sentimientos, ya que su experiencia vital es egocéntrica y basada en el placer individual.
Pero la escasa empatía y el egoísmo no predominan únicamente en la infancia. Llegada la adultez, el niño consentido se convierte en un adulto tirano acostumbrado al chantaje, la amenaza y la manipulación como medios justificados para conseguir lo que desea.
Nos sumergimos entonces en un círculo vicioso donde los niños que hemos criado probablemente pasen a criar a otros niños iguales a ellos en el futuro. La pregunta incómoda ante este paradigma es: ¿qué tipo de sociedad tendríamos en 40 años?  
El psicólogo Martin Echeverria define la envidia como “una forma enfermiza o viciosa de la tristeza desordenada que deriva de la vanagloria de querer tener siempre más y de poseerlo todo”. Y lo cierto es que esto tendríamos: una sociedad de envidia.

¿Cómo saber si estoy criando un niño consentido?

El niño mimado convierte deseos banales en necesidades. Un capricho momentáneo se transforma en una demanda que aparenta tener la misma gravedad que la necesidad de dormir o comer.
Esta característica principal da lugar a otro tipo de comportamientos que distinguen a los niños consentidos de los niños criados de forma asertiva. Guía Infantil describe las siguientes conductas:
  • Reclamo constante de atención, no sólo de sus padres, también de las demás personas.
  • Falta de empatía que les impide ver cómo su comportamiento afecta a otros.
  • Baja tolerancia a la frustración que les lleva a reaccionar de forma exageradamente violenta cuando no ven satisfecho un deseo. La contraparte es una reacción de tristeza intensificada que puede dar lugar a la depresión.
  • Escasa habilidad para la resolución de problemas y dificultad para afrontar experiencias negativas.
  • Los niños consentidos culpan a los demás por las consecuencias de sus actos y esperan que sus padres u otra persona se haga responsable de enmendar sus errores.
  • No exhiben culpa ni remordimiento cuando se comportan de mala manera.
  • Muestran dificultad para adaptarse a ambientes ajenos a la familia, ya que no responden bien ante figuras de autoridad y esperan que sus caprichos sean satisfechos en todo momento.
  • Su estado de ánimo exhibe tristeza, enfado o ansiedad permanente, y pueden manifestar señales de baja autoestima.

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