Romper con la esencia patriarcal del legado emocional que nos brinda el vínculo materno es decir, con el linaje materno, es a veces, el precio que tenemos que pagar por lograr la autenticidad y la libertad que anhelamos.
Hay una premisa indiscutible que guía nuestra vida y es que cada hija lleva consigo a su madre. Es un vínculo eterno del que nunca nos podremos desligar, siempre contendremos algo de nuestras madres. Por eso es indispensable depurar y limar aquellas asperezas que se han creado a través de la crianza y del influjo materno en nuestra historia pasada y presente.
Es un proceso complicado, una dura experiencia que implica darse cuenta de que se está sumida en la insignificancia de manera inconsciente por un legado que perpetúa la dependencia a través de una crianza basada en creencias educativas antiguas.
Es un sentimiento desgarrador porque el deseo de desligarse va unido a la necesidad de cuidado y a la idea de que la persona que te aportó las mayores experiencias de afecto y sustento asume tu empoderamiento como una pérdida propia. Por necesidad humana (o más bien educativa) una madre a veces procura moldear y adecuar a la hija mujer lejos de la esencia de individualidad.
Este no es habitualmente un proceso o una necesidad consciente. La madre, en su herencia de mujer, puede intuir que la vida de la hija será más fácil cuanto menos compleja e intensa sea. Por ello promueve que en esencia su fémina se amolde a las cualidades que “la cultura del patriarcado” pinta como atractivas.
Etiquetas sutiles como “la rebelde”, “la solitaria”, “la niña buena” solo transmiten un mensaje “no debes crecer para ser amada”. En este punto conviene hacerse consciente y sanar esa esencia, aunque ello suponga una desvinculación que en parte es agresiva y, por ende, dolorosa.
El patriarcado está debilitándose cada vez más, por lo que generación tras generación la fortaleza femenina se hace patente, urgente y necesaria. De alguna manera en el inconsciente colectivo está calando la necesidad de que la mujer debe ser auténtica.
«Las creencias patriarcales promueven un nudo inconsciente entre madres e hijas, en el que solo una de ellas puede tener el poder. Es una dinámica de “una de las dos” basada en la escasez que deja a ambas sin poder alguno. Para las madres que han sido especialmente privadas de su poder, sus hijas pueden convertirse en “el alimento” de su identidad atrofiada y en el vertedero de sus problemas. Debemos permitir que nuestras madres recorran su propio camino y dejar de sacrificarnos por ellas».-Bethany Webster-
El anhelo de ser auténtica y la añoranza de la madre
Bethany Webster sintetizó este proceso de autentificación del que hablamos de una manera más que acertada. En su texto, traducido por Valentina Saracho y revisado por Carlota Franco, podemos comprender cuáles son los puntos de anclaje para iniciar este proceso.
«Se trata de un dilema para las hijas criadas en el patriarcado. El anhelo de ser tú misma y el anhelo de ser cuidada, se convierten en necesidades que compiten entre sí, parece que tengamos que elegir entre una de las dos. Esto sucede porque tu empoderamiento está limitado en la medida en que tu madre ha internalizado las creencias patriarcales y espera que tú las acates.
La presión de tu madre para que no crezcas depende principalmente de dos factores:
1) El grado en que ella haya internalizado las creencias patriarcales limitantes de su propia madre.
2) El alcance de sus propias carencias por estar divorciada de su yo verdadero. Estas dos cosas mutilan la capacidad de la madre de iniciar a su hija a su propia vida.
El costo de convertirte en tu ser auténtico a menudo implica cierto grado de “ruptura” con el linaje materno. Cuando esto sucede, se rompen los hilos patriarcales del linaje materno, algo esencial para una vida adulta sana y poderosa. Por lo general se manifiesta en alguna forma de dolor o conflicto con la madre.
Las rupturas del linaje materno pueden adoptar diversas formas: desde conflictos y desacuerdos hasta distanciamiento y desarraigo. Es un viaje personal y es distinto para cada mujer. Básicamente, la ruptura con el linaje materno sirve para la transformación y la sanación. Forma parte del impulso evolutivo del despertar femenino para empoderarse con más consciencia. Es el nacimiento de la “madre no patriarcal” y el comienzo de la verdadera libertad e individualización.
El precio de transformarnos en auténticas nunca es tan alto como el precio de permanecer en un “yo” falso.
Por una parte, en las relaciones madre/hija más sanas, la ruptura puede provocar un conflicto, pero en realidad sirve para fortalecer el vínculo y hacerlo más auténtico. Por otra parte, en las relaciones madre/hija agresivas y menos sanas, la ruptura puede desencadenar heridas no sanadas en la madre, y provocar que esta arremeta contra su hija o la repudie. Y en muchos casos, desafortunadamente, la única opción de la hija será mantenerse a distancia indefinidamente para conservar su propio bienestar emocional.
Así, en vez de ver que es el resultado de tu deseo de crecimiento, la madre puede sentir tu alejamiento/ruptura como una amenaza, un ataque personal y directo hacia ella, un rechazo a quien es ella. Ante esta situación, puede resultar desgarrador constatar que tu deseo de empoderamiento o de crecimiento personal puede hacer que tu madre, ciegamente, te vea como una enemiga. En estas situaciones podemos ver el alto precio del patriarcado en la relaciones madre/hija».
“No puedo ser feliz si mi madre es infeliz” ¿Has sentido esto alguna vez?
La creencia de que no podemos ser felices si nuestra madre es infeliz por sufrir nuestras propias carencias es una herencia más del patriarcado. Cuando renunciamos a nuestro propio bienestar por el de nuestras madres impedimos una parte imprescindible del proceso de duelo que intentamos concretar.
Tenemos que llorar la herida en nuestro linaje materno porque el hecho no hacerlo provoca un alto grado de estancamiento. Por mucho que nos empeñemos en hacerlo, una hija no puede sanar a su madre, pues cada cual tiene la responsabilidad sobre sí mismo. Por eso es necesario romper y buscar un equilibrio, el cual solo es posible si alteramos los patrones patriarcales y no nos entregamos a la complicidad de una paz superficial.
Se requiere mucho valor para iniciar este proceso de desvinculación pero, tal y como afirma Bethany Webster, dejar que nuestras madres sean seres individuales nos libera como hijas y como mujeres para ser seres individuales. No es noble cargar con el dolor de los demás, no es un deber que debamos asumir por ser mujeres y no debemos sentirnos culpables cuando no asumimos esa función.
El hecho de que nuestra madre nos reconozca y nos acepte es una sed que tenemos que saciar, a pesar de que para ello tengamos que sufrir. Esto supone una pérdida de independencia y de libertad que nos apaga y nos transforma.
Ese rol de cuidadora emocional que se otorga a las mujeres es un rol que forma parte del legado de opresión. Por eso debemos comprender que esto es ficticio si no obedece a nuestras necesidades explícitas. Solo mantener esta perspectiva nos ayudará a dejar a un lado la culpa para que esta no nos controle.
Las expectativas del mundo sobre nosotras pueden llegar a ser muy crueles.De hecho, en mi opinión, constituyen un verdadero veneno que nos obliga a olvidar nuestra individualidad. Es hora de abrirnos paso.
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