Los momentos de mayor soledad son aquellos en los que se produce un cambio radical en relación a los vínculos más fuertes que mantenemos y que, con frecuencia, generan una sensación de desamparo. Estas variaciones nos obligan a adoptar nuevos desafíos con la sensación de que hemos acumulado una nueva pérdida.
De una u otra manera, todos pasamos por momentos en los que nos sentimos solos. Sin embargo, hay algunos momentos que podríamos bautizar como de mayor soledad en la vida por lo potencialmente aislantes que son. Corresponden a esos episodios en los que nos enfrentamos a separaciones dolorosas, los mismos que nos desgarran un poco por dentro cuando nos vemos enfrentados a ellas.
Se dice que esos son los momentos de mayor soledad porque el sufrimiento que experimentamos no se puede compartir realmente con nadie. Son dolores tan íntimos, y a veces tan intensos, que es muy difícil que en ellos alguien pueda acercarse a una compresión que proyecte la sensación de compañía.
Una de las características de los momentos de mayor soledad es que traen consigo sentimientos de desamparo y de temor que suelen mantenerse durante un tiempo. También implican un importante cambio en nuestra visión del mundo y suelen precipitar importantes transformaciones en nuestra forma habitual de vivir.
“La soledad del hombre no es más que su miedo a la vida”.-Eugene O’Neill-
Un estudio sobre los momentos de mayor soledad
¿Cómo se han identificado estos tres momentos de mayor soledad? Todo es fruto de un estudio llevado a cabo por la Universidad de California en el que participaron 340 personas.
Los voluntarios tenían edades comprendidas entre los 27 y los 101 años. El consenso en las respuestas fue alto y por eso se consideró que los resultados se podrían generalizar.
Los entrevistados estuvieron de acuerdo en que las edades a las que habían experimento momentos de mayor soledad eran los finales de la década de los 20 y comienzos de los 30; a mediados de la década de los 50 años y después de los 80 años.
Al analizar las razones por las cuales había un sentimiento de mayor soledad a esas edades, los investigadores descubrieron que coincidían con tres eventos importantes de la vida.
- El primero es la separación definitiva de los padres para ir a vivir solos.
- El segundo, la partida de los hijos con el consecuente efecto del “nido vacío”.
- Y la tercera era la pérdida frecuente de vínculos que se produce en la vejez.
1. Separarnos de los padres
En condiciones habituales, el vinculo con los padres es el más profundo que se establece a lo largo de la vida. Siempre tiene sus más y sus menos, sus momentos sublimes y sus rencores sordos.
Ni los padres ni los hijos son perfectos, así que esta relación estará llena de altos y bajos. Sin embargo, lo habitual es que la base sea sólida, el tono general amable y afectuoso y las raíces profundas.
Por lo mismo, cuando llega el momento de marcharnos de casa, hay algo que muere para siempre dentro de nosotros. Al principio puede experimentarse una soledad muy grande y no es raro que revivan miedos que pueden resultar un tanto infantiles. En este momento, para este nuevo paso en la conquista de la autonomía, la salud de la autoestima es muy importante.
2. Cuando los hijos se marchan
Si antes hemos hablado de la cara, esta es la cruz de la relación entre padres e hijos. Los padres también llegan a sentir una inmensa soledad cuando sus hijos se marchan. Haya sido fácil o difícil la convivencia, ellos se resisten a “entregarle” sus hijos al mundo, incluso cuando son conscientes de que es lo que toca. Experimentan un desamparo a la inversa: creen que van a ser necesitados y no estarán allí.
La partida de los hijos también implica una importante reestructuración vital. Uno de los roles fundamentales que los padres han estado desempeñando ya no tiene razón de ser. Por lo mismo, deben generar nuevas costumbres que no giren alrededor de los hijos.
3. La soledad de la vejez
A medida que envejecemos experimentamos dos grandes pérdidas. Primero, la de nuestras facultades: cada vez vemos menos, oímos peor, nos movemos más lentamente y no tenemos la rapidez mental de antes, por mencionar solo algunos aspectos. Somos los mismos y a la vez ya somos otros.
Al mismo tiempo, muchas de las personas que conocemos comienzan a morir. Probablemente también nuestra pareja.
A partir de los 80 años, pasamos por una etapa en la que cada vez tenemos menos personas de nuestra generación rodeándonos. Y la muerte es una idea que ronda frecuentemente. Todo ello en conjunto nos provoca una sensación de gran soledad.
Hay que pensar en que la soledad ni es una panacea ni tampoco un monstruo devastador. Tiene sus ventajas y también implica renuncias, tal y como ocurre con el hecho de estar acompañados. Aunque a veces tenemos que dejar atrás algo muy amado, esto no significa que todo se acabe. De nosotros depende llenar de contenido esas soledad inevitable.
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