Enamorarte después de los 50. Hace cuatro o cinco décadas, esta era una opción prácticamente imposible. A esa edad se suponía que ya todo en tu vida estaba resuelto y en lugar de iniciar algo nuevo, más bien tenías que ir concluyendo lo que estaba pendiente. Era una edad para dedicarla a los nietos y no a los novios.
Las cosas han cambiado mucho. No es que enamorarte después de los 50 se haya vuelto una situación corriente, pero sí es mucho más habitual de lo que era en el pasado. En otras épocas también era posible, pero las barreras mentales y sociales impedían que se diera con mayor frecuencia.
Cuando hablamos de lo humano, las reglas que funcionan son menos de las que pensamos. Una persona puede ir a la universidad a los 80 o descubrir que es un excelente cantante a los 60 o iniciar una carrera a los 12 años. Aunque hay ciertos patrones que son predominantes, ninguna experiencia nos está vedada por la edad. Así que enamorarte después de los 50 es perfectamente posible y saludable.
“Cuando la gracia se combina con las arrugas, resulta adorable. Hay un amanecer indescriptible en la vejez feliz”.
-Victor Hugo-
Las edades de la vida
El tema de la edad y las características de cada edad son también relativos. No hay divisiones tajantes que marquen una diferencia absoluta y radical entre un adolescente y un anciano, o entre un niño y un joven. No somos un cuerpo estructurado que avanza en forma lineal por la vida. Nos habitan muchos “yo” con diferentes edades.
En nuestro corazón sigue estando el niño que se asombra al ver una luciérnaga. También está ese anciano sabio y mesurado, que a veces habla dentro de nosotros cuando tenemos 20 años y se hace notar con más frecuencia cuando tenemos 60. También está el adolescente y el joven. La edad es una convención y una determinación biológica que en el mundo mental y emocional se relativiza.
Dicho esto, hay quienes piensan que enamorarte después de los 50 no es lo mismo que enamorarte a los 17. Se equivocan. También en la quinta década pueden aparecer mariposas en el estómago que baten sus alas con gran intensidad. También uno se ruboriza a los 54 y le sudan las manos cuando ve a su nuevo amor, a los 57.
Enamorarte después de los 50
Las estadísticas nos dicen que son relativamente frecuentes los divorcios a los 50 y tantos años. Muchas personas a esa edad, en la que todavía se sienten jóvenes y fuertes, deciden acabar una relación con la que no estaban conformes. La misma en la que aguantaron hasta que los hijos crecieron.
Otras veces simplemente a esa edad se produce una señal de alerta. La finitud de la vida es un hecho que gana consciencia. Por eso no es raro encontrar personas que están solas a los 50, recién divorciadas y quizás con interés por enamorarse de nuevo.
No existe ninguna razón por la cual no puedas o debas enamorarte después de los 50. Tampoco es fácil que se dé. Difícilmente llegan los admiradores a tu puerta o se dan coincidencias mágicas que te conducen al amor. En muchos casos es necesario hacer un ejercicio de apertura mental; en muchas ocasiones el nuevo amor llega a través de nuevas experiencias.
Los límites y las posibilidades
Lo bueno de esos amores tardíos es que, aunque vivan intensamente la etapa del enamoramiento, tienen mayores probabilidades de aterrizar en un sentimiento más realista, sin las decepciones que nos podemos llevar a los 20 años. No verán con gran nostalgia, ni con sorpresa, ese aterrizaje forzoso. Hay mayor capacidad de aceptar al otro como es, sin idealizarlo.
Lo que sí resulta un inconveniente es acoplar los estilos de vida. Pasados los años, no es fácil cambiar con determinadas costumbres asentadas, quizás somos más compresivos, pero menos flexibles.
También hay que aceptar que, pasadas ciertas edades, el amor suele expresarse más con actitudes y hechos que con palabras. Por otro lado, el enamoramiento pasa a ser más bien un guiso de fuego lento: la persona entiende mejor la trascendencia de determinados cambios, es más consciente de que lo que haga, de que su elección de pareja puede afectar a otros. En cualquier caso, la serenidad de un amor en la madurez no hace que este sea menos apasionante o que se experimenten sensaciones parecidas al hacer determinadas apuestas.
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