Lo opuesto a la depresión no es la felicidad, sino la vitalidad. Porque el trastorno depresivo no es sinónimo de tristeza en exclusiva, es más, en ocasiones, aún sintiéndonos tristes nos percibimos vitales, con ganas de crear y de expresar. Sin embargo, esta condición psicológica nos opaca en todos los sentidos, apaga las ganas, el ánimo y ante todo la esperanza.
Esta idea, la de la falta de vitalidad, fue puesta en evidencia por el escritor y profesor de psicología en la Universidad de Columbia, Andrew Solomon, en su conocido libro El demonio de la depresión. En este trabajo, habló de su propia experiencia con dicha enfermedad y aportó además, el testimonio de un gran número de personas que lidiaron con la depresión durante años.
Algo que aprendemos con este libro y, sobre todo, con el día a día de quienes hacen frente a esta condición -en todas sus tipologías- es que les faltan las fuerzas para vivir. Es un lamento silencioso de quien siente que le falta todo, de quien no encuentra sentido a nada y se siente atrapado por una mente y un cuerpo faltos de impulso y energía.
Pensar además en la depresión como en algo monolítico nos aboca también al error. No estamos ante una gripe, no es una infección que poder tratar con antibióticos. Quien afronta una depresión no necesita que le den ánimos ni que lo hagan reír, porque no, lo que experimentan no es tristeza. Lo que necesitamos son diagnósticos acertados, un enfoque terapéutico multidisciplinar y mayor concienciación social.
“El amor no es suficiente para curar la depresión, pero el apego de un ser cercano permite afrontarla con más posibilidades de éxito”.
-Andrew Solomon-
Lo opuesto a la depresión no es la alegría ni el amor ni la felicidad
Las personas tenemos una tendencia casi innata por categorizar todo aquello que nos rodea. Aún más, lo hacemos a menudo en términos absolutos. Un ejemplo, si no estás alegre, es que estás triste; si no estás en calma, es que estás ansioso o preocupado; lo opuesto a la depresión, por supuesto, es la felicidad.
Estos enfoques, además de erróneos, no ayudan, y más cuando hablamos de trastornos psicológicos, porque en este caso, nos adentramos sin duda en universos personales complejos. William Styron, un conocido escritor estadounidense, nos regaló un libro excepcional titulado Esa visible oscuridad (1990) donde desgranaba al detalle este mismo tema. A él le sobrevino una depresión profunda al cumplir los sesenta.
Definió esta enfermedad como una lluvia gris que cubría todo aquello donde situaba su mirada. Sentía la presencia de la muerte a su lado, tenía la sensación de que alguna parte de su cuerpo estaba rota; pero no sabía cuál. Tenía también la seguridad de que su cerebro había hecho un truco malvado para que su mente y cada pensamiento fuera en su contra. Experimentaba, frío y el calor más abrasador, todo al mismo tiempo, además de una desesperante soledad aún estando acompañado.
Viendo esta caótica, pero descarnada descripción que hizo Styron en su libro, entendemos lo poliédrica que resulta la depresión; es una realidad con tantas esquinas, recovecos y profundidades, donde no tiene sentido alguno definirla como simple tristeza.
El Prozac y la infructuosa búsqueda de la felicidad
En 1988 aconteció una auténtica revolución en el campo clínico y en la sociedad en general. Con la llegada de los llamados ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) y en especial, con la introducción de la fluoxetina(Prozac fue su primer nombre comercial) cambiaron muchas cosas. La más destacada, que las personas se atrevían ya por primera vez a hablar de su depresión sin miedo.
El Prozac saltó de las farmacias a las portadas de las revistas en muy poco tiempo, y de pronto, era común encontrar mayor información sobre las enfermedades mentales. La fluoxetina estaba de moda, en especial tras la publicación de libro Nación Prozac, de Elizabeth Wurtzel, en los 90.
En ese momento, la sociedad empezó a ver este fármaco como la solución a todas sus penas, preocupaciones y desánimos. El Prozac era visto como la píldora de la felicidad. Porque lo opuesto a la depresión era una vez más ese sentimiento tan completo y elevado; de ahí, que muchos llegaran a acudir a sus centros médicos demandando este fármaco para sentirse mejor.
Ahora bien, los antidepresivos tienen efectivamente, efectos sobre los niveles de serotonina, generan un mayor bienestar, pero no dan felicidad. Es más, en gran parte de los casos ni tan solo resuelven el problema.
Lo opuesto a la depresión son las ganas de vivir
La depresión es algo más que un desequilibrio químico. Es también un trastorno de la mente, del cerebro, del cuerpo… El doctor Alexander Glassman, de la Universidad de Columbia, nos señala incluso que afecta también a nuestra salud cardiovascular, hasta el punto de que alguien con depresión tiene mayores probabilidades de sufrir algún tipo de enfermedad cardíaca.
El impacto de la depresión es inmenso y su anatomía compleja. Pero, aún así, sigue siendo tratable siempre y cuando nos comprometamos firmemente con la terapia, con cambiar hábitos, enfoques mentales, propósitos y diálogos internos. El objetivo de todo ese delicado proceso no será recuperar la felicidad perdida, tampoco dejar la tristeza a nuestras espaldas.
Cuando uno lidia con la depresión solo aspira a una cosa: recuperar las ganas de vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario